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El general con voces blandas, y sobre todo con su presencia grave y magestuosa, calmó la efervescencia del pueblo, que dócil á las insinuaciones de la autoridad, desfiló sin insistir en sus exigencias.

Y entre este tintineo general, que casi ahogaba los sonidos de los instrumentos, desfiló la comitiva: el tambor mayor al frente de la banda; toda la servidumbre portadora de faroles; las camareras disfrazadas de floristas, y un gran número de animales, osos, perros y leones, mozos de buena fe, que sudaban bajo los forros de pieles y movían de un lado a otro sus cabezas de cartón rugiendo o ladrando.

Andando de vuelta, fueron los acompañantes adornando las carretas y los bueyes con ramajos de la montaña, y así desfiló la alegre comparsa por delante de la casona y para que viera mi tío los gloriosos trofeos de nuestra bestial hazaña; y así bajó al pueblo, donde hubo cánticos y bailoteo por largo, con la «salsa» a mis expensas por especial encargo mío.

Y la numerosa concurrencia desfiló por delante de Currita, sin que levantase ella la cabeza ni hiciera un movimiento, como si la vergüenza de su vida entera la tuviese allí sujeta, clavada, ante las miradas curiosas, compasivas y aun burlonas de sus antiguas rivales.

Indudablemente era Pimentó el autor de la agresión, el que impedía que los campos fuesen cultivados, y la Guardia civil prendió al jaque de la huerta, llevándolo á la cárcel. Pero cuando llegó el momento de las declaraciones, todo el distrito desfiló ante el juez afirmando la inocencia de Pimentó, sin que á aquellos rústicos socarrones se les pudiera arrancar una palabra contradictoria.

Se adelantó hacia ella y dijo con dulzura: María... La joven se estremeció ante los recuerdos que evocaba en su mente aquel nombre pronunciado por su antiguo prometido. Todo el pasado desfiló por sus ojos. Vió la casa alegre y animada, á su madre dichosa, á su hermano mimado á pesar de sus locuras, y á ella sonriente ante un porvenir de felicidad.

A continuación desfiló una tropa del ejército de línea, ó sea de aquellas muchachas con casco de aletas que Gillespie había visto al despertar. Los soldados iban armados, unos con arcos y otros con alabardas.

Desfiló ante el vapor toda la costa de la Marina; luego, el cabo Huertas, el lejano puerto de Alicante y el cabo de Santa Pola. A la caída de la tarde, el Mare nostrum estaba frente al cabo Palos, y tuvo que navegar aguas afuera para doblarlo, dejando Cartagena á lo lejos.

Un cortejo de privaciones, el largo rosario de las economías, desfiló ante él: nada de viajes, nada de caballos, nada de partidas de placer. Después, se abismó en visiones, para él aterrorizadoras: un sastre de segundo orden, una mujer mal vestida, obligada a frecuentar los ómnibus y los tranvías.

Por último, se abrió la puerta y la ansiosa muchedumbre de hombres, que ya se había formado en cola, desfiló ordenadamente por el interior de la fúnebre cabaña. Inmediato del bajo lecho de tablas, sobre el cual se dibujaba fantásticamente perfilado el cadáver de la madre envuelto en la manta, había una tosca mesa cuadrada.