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Ya las nubes de la tristeza se rasgaban y difundían hasta transparentarse en aquella mansión, poco antes de lágrimas y sobresaltos, cuando la marquesa, que se había quedado en la cama aquel día para restaurar un poco las fuerzas de su trastornada máquina, puestas en los límites de la extenuación con los recientes sustos y el anterior ajetreo de su larga peregrinación, sintió de pronto tales espasmos, convulsiones y desfallecimientos, que pensó que su vida terminaba en aquel trance, y lo mismo pensaron su atribulada hija y las gentes que con ella acudieron a socorrerla.

Por un fenómeno singular de aquel montañoso clima, los rayos del sol difundían benigno calor sobre el paisaje de invierno, como compadeciéndose arrepentidos de lo pasado; pero, al mismo tiempo, descubrían la nieve apilada en grandes montones alrededor de la cabaña.

Tan grande fué el número de cristianos muertos, que á los pocos meses quedó colmada de cadáveres la angostura, siendo tal el horror y la pestilencia que difundian los esqueletos y sangrientos despojos amontonados, que se convirtió aquella tierra en un espantoso desierto de muchas millas á la redonda.

Un toldo de tela rayada, adornada con plantas verdes, adornaba todo el patio y tres arañas difundían una viva claridad. El mantel estaba resplandeciente de cristalería y de plata; unas guirnaldas de flores serpenteaban alrededor de la mesa y servían de marco á un espléndido servicio de postres de antigua porcelana de la China, que procedía del tío Guichard.

Traía las mejillas sonrosadas, y ella era pálida; también parecía haber estado al lado de un fogón como Visita y Obdulia; en sus ojos había un brillo seco, destellos de alegría que se difundían en reflejos por todo el rostro. Venía con cara de sonreír a sus ideas.

Rápida ojeada bastó a Isidora para observar a Melchor, que definitivamente se había dejado toda la barba y tenía un aspecto muy vistoso, aunque nunca simpático; para observar también al hombre de los números, que la miró con cierto azoramiento de bestia taurina al hallarse en medio del redondel. Vio también la desamparada sala con su estante, formando como nichos de cementerio, donde yacían ordenados papeles. Un plano de Madrid acompañaba al de la Península. Hacían ambos el papel emblemático de los planos de minas o ferrocarriles en las oficinas de explotación. Prospectos de cuatro tintas en que se pintaban figuras altamente conmovedoras, con Hermanas de la Caridad conduciendo mendigos al Asilo; el frontón mismo del Asilo ideal con columnas griegas y un sol con la insignia triangular de Jehová, difundían por toda la sala la idea de que allí se trabajaba para aliviar la suerte de los menesterosos. Las palabras Rifas, Grandes rifas, Tres sorteos mensuales, seis millones, impresas en colores, revoloteaban por las paredes cual bandadas de pájaros tropicales; y como el papel en que aquellas campeaban era de ramos verdes, la fantasía loca de Isidora no había de esforzarse mucho para hacer de aquel recinto una especie de selva americana alumbrada por la luna. Después vio el resto de la casa, que era de construcción reciente, mas con tan sórdido aprovechamiento del terreno, que más parecía madriguera que humana vivienda. Don José destinó a Isidora su propio cuarto, por no haber otro mejor en la casa, y al punto se ocupó en desalojarle.

Con la llegada de las caravanas se difundían las asombrosas noticias del reino del Preste Juan y las maravillas de las ciudades de mármol y oro, enormes como naciones, que se levantaban junto a los ríos del Catay o en las islas de Cipango.

Los fenicios, que difundían con sus navegaciones las primeras obras de la civilización, se cobraban este servicio llenando sus barcos de mujeres raptadas, mercancía rica y de fácil transporte.

Los deseos de su alma también se difundían y apagaban en la inmensa alegría que la embargaba.