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Imagínese tres mozas rubias y metidas en carnes, la falda corta, y sobre ella una blusa larga rayada que deja al descubierto unos brazos de blancura germánica y una pechuga a lo Rubens. Ayer pasé con ellas la tarde, viendo cómo sudaban las pobrecitas dándole a las planchas eléctricas y cómo reían al oírme hablar horas enteras sin entender una palabra.

Luego su índice trazaba una raya en el aire pasando por encima del puerto, é iba á apuntar sobre la eminencia de la izquierda, ó sea el peñón de Mónaco, un edificio cuadrado y enorme que descendía sus muros hasta las olas, un palacio nuevo, cuya piedra guardaba aún la blancura de la estearina en esta atmósfera pocas veces rayada por la lluvia: el Museo Oceanográfico.

Era un joven alto, vestido acaso con elegancia demasiado cuidada, según el juego perfecto que hacían la ancha corbata azul oscuro, la camisa finamente rayada de azul claro, el rosado rostro lleno de salud y los vivos ojos grises. La mirada de estos ojos era franca y tenía cierta protectora bondad cuando reía. Toda su persona demostraba cortesanía y dicha de vivir.

Un toldo de tela rayada, adornada con plantas verdes, adornaba todo el patio y tres arañas difundían una viva claridad. El mantel estaba resplandeciente de cristalería y de plata; unas guirnaldas de flores serpenteaban alrededor de la mesa y servían de marco á un espléndido servicio de postres de antigua porcelana de la China, que procedía del tío Guichard.

Y no sólo era pasmosa la extensión de su superficie, sino que también lo era su profundidad insondable. En aquella soledad imponente, sublime terror pesaba sobre los espíritus durante la noche; pero rayada la aurora, todo se bañaba en luz y en vivos colores, y el sol rutilante y glorioso doraba el aire y esmaltaba de púrpura y de líquida plata las ondas azules.

Los antiguos patriotas chilenos no han olvidado, sin duda, las proezas del sargento Araya, de granaderos a caballo, porque entre aquellos veteranos la aureola de la gloria solía descender hasta el simple soldado. Contábame el presbítero Meneses, cura que fué de Los Andes, que después de la derrota de Cancha Rayada, el sargento Araya iba encaminándose a Mendoza con siete granaderos.

Me gustaría verla: debe ser algo curioso. La mirada de Toledo vagó indecisa por el pecho de aquel oficial, como si inventariase sus condecoraciones, deteniéndose en las estrellas que moteaban la cinta rayada de su Cruz de Guerra. Cada una de ellas era símbolo de una hazaña. Cuando el teniente lo presentó á sus padrinos, continuaron las desorientaciones de don Marcos.

El viejo y el niño iban vestidos lo mismo, pantalón de lienzo blanco, una almilla rayada ceñida al cuerpo, zapatillas y cinturón de lona. Este ligerísimo traje era el más a propósito para hacer gimnasia, sobre todo en las horas calurosas del mes de julio.

Vivía en un enorme caserón cercano a las Escuelas Pías; figuraba entre los primeros fabricantes de seda, y más de doscientos telares trabajaban para él, elaborando piezas de seda rayada, vistosa y sólida, y pañuelos de brillantes colores, que eran enviados a las más apartadas provincias de España y hasta la misma América, cosa que asombraba y producía cierto temor respetuoso entre el comercio a la antigua.

En esto me quita él mismo el frac, velis nolis, y quedo sepultado en una cumplida chaqueta rayada, por la cual sólo asomaba los pies y la cabeza, y cuyas mangas no me permitirían comer probablemente. Dile las gracias; al fin el hombre creía hacerme un obsequio.