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¡Señorita, por Dios!... No soy yo quien lo dice, sino todo el mundo... Ayer me decía doña Filomena que la edificaba verla a usted oír la misa y comulgar y que daría cualquier cosa porque sus hijas fuesen lo mismo... Y razón tiene para desearlo, porque una de ellas, la última, es de la piel del diablo... ¿Querrá usted creer, señorita, que el otro día arañó a su hermana en la iglesia, sobre si había de confesar una primero que otra?... ¡Bonito arrepentimiento! ¡Si da vergüenza, señorita, da vergüenza el ver cómo andan algunas por la iglesia! ¡Parece que están en su casa! ¡Ay, no se hacen cargo las pobrecitas de que están en la casa del Señor de los cielos y tierra que les ha de pedir cuenta de su pecado!... ¿No le ha enseñado doña Filomena el rosario que le mandó su hermano de la Habana? ¡Es una maravilla!

: el imperio de las flores en nuestro clima, no le corresponde. ¡Tunante! ¿Qué dirán de él en la otra vida las almas de aquellas pobrecitas á quienes dejó morir de frío después de abrasarlas con importunos calores? Hay que ver cómo derrocha este capitalista sus tesoros, calor, luz, frescura y aire, humedad y lumbre.

Osorio tuvo la mala ocurrencia de traer a las dos niñas que tenía en el colegio de Chamartín, una de diez y otra de once años, a pasar unos días con ellos. Las pobrecitas tuvieron que marcharse antes de lo que les había prometido su padre, porque Clementina estaba tan ocupada que apenas podía fijar en ellas la atención.

Es claro que en cuanto se supo que las de Silva iban con la de Reyes a ver las óperas entre bastidores, se murmuró mucho, y se las compadeció porque venían a ser huérfanas por completo, teniendo aquel padre que tenían. ¡Pobrecitas, no han tenido madre cuando más falta les hacía! Y después de este acto de caridad, se las despedazaba. Pero ellas no hacían caso.

Díjome el buen preceptor, que las pobrecitas hacía dos semanas que estaban suplicando a la señora doña María que las dejase salir a dar un paseíllo por la muralla; y por último parece que los muchos ruegos y continuas lamentaciones ablandaron la roca de las terquedades de la condesa, que permitió a sus tres cautivas esparcirse un poco en el día de hoy, durante hora y media.

¡Vaya, niño! ¡á callar!... Too eso es guasa viva. Déjala para las pobrecitas que no te conozcan como yo. Y el majo con esto se mordía los labios y ocultaba con una sonrisa forzada el despecho que le roía. No pasó inadvertido este galanteo para Soledad. Aunque su inteligencia no era penetrante de ordinario, la tenía muy fina para adivinar cuanto ocurría en el alma de su amante.

Al ver á estas niñas, siempre he dicho: ¡pobrecitas! ¡vosotras no tenéis madre! Una madre para su hija, es como el rocío de la mañana para la flor; encerrar esta en una estufa, privarla de los primeros besos de la fresca aurora y palidecerá triste y mustia. Un niño sin madre es cual la flor. ¡Saben tantas cosas las madres! ¡Tiene tanto calor el seno de la que nos dió el ser!

Imagínese tres mozas rubias y metidas en carnes, la falda corta, y sobre ella una blusa larga rayada que deja al descubierto unos brazos de blancura germánica y una pechuga a lo Rubens. Ayer pasé con ellas la tarde, viendo cómo sudaban las pobrecitas dándole a las planchas eléctricas y cómo reían al oírme hablar horas enteras sin entender una palabra.

Esto te lo digo, Juanito, porque eres el más formal de la casa y necesito tus consejos. Pero ¡por Dios! ni una palabra a las niñas; que no sepan las pobrecitas la situación. Se sentirían humilladas, y no quiero que mis hijas se consideren inferiores a sus amigas. Lo que menos preocupaba a Juanito era lo que pudiesen pensar sus hermanas.

Floripond, el poderoso banquero, la fea, la huesuda, la descuidada, la envidiosa Iselda, había escondido, donde no pudiese ser hallado, su caja de lápices de dibujar: por supuesto, la caja no aparecía: «¡Allí todas las niñas tenían dinero para comprar sus cajas! ¡las únicas que no tenían dinero allí eran las tres del Valle!» y las registraban, a las pobrecitas, que se dejaban registrar con la cara llena de lágrimas, y los brazos en cruz, cuando por fortuna la niña de otro banquero, menos rico que Mr.