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Anda, querida, dame ese gusto... No sabes el sentimiento que tendré si no me lo das... Creeré que has dejado de quererme... María agotó todos los recursos del ingenio para convencerla. Sentada sobre sus rodillas la cubría de caricias, le hacía mimos, enfadándose unas veces, suplicando otras y siempre poniendo unos ojos zalameros a los cuales parecía imposible resistirse.

La pobre señora lloraba y se tiraba de los pelos, suplicando a su fiel amiga que arase la tierra en busca de los pocos duros que hacían falta, para tirárselos al rostro al bestia del tendero, y Benina se devanaba los sesos por encontrar la solución del terrible conflicto. «Mujer, por piedad, discurre, inventa algo le decía la señora, hecha un mar de lágrimas . Para las ocasiones son los amigos.

Necesito veinte mil: ni uno menos. Si usted no puede... Iba á volverle la espalda, pero el enano le detuvo con humildad, considerando inútiles en la presente ocasión todas las excusas y retardos que hacía sufrir á sus clientes, como un suplicio á fuego lento. Se escurrió entre los grupos, suplicando á «Su Alteza» que esperase un instante.

¡Dotor... dotor! gimió el banderillero, suplicando por saber la verdad. Y el doctor Ruiz, tras largo silencio, volvió a mover la cabeza. ¡Se acabó, Sebastián!... Puedes buscarte otro matador.

Recordaba la escena aquella del padre suplicando a la dama que le quite de la cabeza al chico la tontería de amor que le degrada, y sintió cierto orgullo de encontrarse en situación semejante. Más por coquetería de virtud que por abnegación, aceptó aquel bonito papel que se le ofrecía, ¡y vaya si era bonito!

Con lo que se despidieron los precitados individuos, suplicando que no se perdieran momentos, pues de lo contrario podrian resultar desgracias demasiado sensibles y de nota para el pueblo de Buenos Aires.

Don Frutos expuso sus creencias con una palabra aquí, otra allí, haciendo islas y continentes de vino tinto sobre el mantel y suplicando con los ojos que le terminasen las cláusulas. Insistía don Frutos en que él sentía que su alma era inmortal: había otro mundo, además de las Américas, otro mundo mejor al cual iban las almas de los que no habían robado en las carreteras.

Se habían prometido pasear juntos en alguna noche así; pero Zoraida lo impidió siempre y hasta hizo frases irónicas, delante de los tíos, sobre el romanticismo de los chicos que todavía no saben pizca de amor. Laura le seguía suplicando y le juraba, por la memoria de nuestra madre, que él era bueno, que ni por la imaginación se le ocurría una mala idea.

Tomando esta primera cosa conocida el yo como base o punto de referencia para la explicación de las demás cosas, el hombre llegó necesariamente a la personificación de todas las cosas del mundo real, desde luego, y a la de todas las del mundo imaginario después, suplicando en un principio directamente al sol para que enviase la luz y el calor y evitase los nublados y los eclipses, y después a Horo, a Dionisios, a Febo Apollo, a Jehová, a Dios, a San Antonio o a San Francisco.

Tomarás un auto, aquí tienes dinero; que dentro de cinco minutos tenga él esta carta. Trazó nerviosamente algunos renglones, suplicando a Julio, en nombre de Adriana, que viniese sin demora. Puso el papel en un sobre y escribió la dirección. Pero cuando Lola iba a salir, entró Adriana. Adivinándolo todo, le quitó la carta. Tuvo un ligero gesto de vacilación. Cerró los ojos, suspirando.