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Si llega a desearlo... replicó la señora de Maurescamp arrugando su frente en signo de reflexionar... Pues bien, veamos... mañana a la tarde... después de comer... Justamente... mañana a la tarde no salgo... Yo lo informaré, y estad segura de que os adora.

Mucho me encargó que os saludara en su nombre. Soy siempre su caballero y su esclavo. ¿Y vuestro viaje? No pudiera desearlo mejor, contestó el barón. La mar algo alborotada, pero tuvimos la suerte de avistar unas galeras piratas, á las que dijimos dos palabras. ¡Siempre afortunado, Morel! Ya nos contaréis la aventura esa.

Viviendo en Biarritz intimó con Atilio Castro al descubrir que eran parientes por el general Saldaña. El español admiró la fascinación que ejercía el príncipe sobre todas las mujeres, muchas veces sin desearlo. Jamás en ninguna época había sentido la hembra más afición al lujo ni menos escrúpulos para conseguirlo. Esta era la opinión de Castro.

¿No era una cosa bien hecha que gentes de un rango superior quitaran una pesada carga de las manos de un hombre de condición más humilde? Aquello le parecía muy conveniente a Godfrey por razones que él solo conocía, y, siguiendo un error común, se imaginaba que aquella medida sería fácil de tomar porque tenía motivos particulares para desearlo.

Pensando en todo esto me amedrenta la vejez, de tal suerte, que deseo morir antes. Vas a tenerme por presa de un delirio. No importa. Es menester que lo sepas, y te lo contaré todo. Se acerca el día en que has de venir a esta casa; en que he de cumplirte lo ofrecido. A menudo lo deseo, más todavía que puedes desearlo.

La vanidad de éste, que vería en ello un medio seguro de legar su imagen a la posteridad, le haría desearlo: su rango lo justificaba; pero Velázquez puso en la obra tal empeño de acercarse a la perfección, que en su género no se concibe mejor.

Era como Dios: no se dejaba ver, pero se sentía su presencia en todas partes. Podía hacer á un hombre rico de la noche á la mañana con sólo desearlo.

Ya vendrá a su tiempo, y en abundancia la dijo Leto , porque el día está que ni de encargo para esas cosas... si usted no se arrepiente. ¿Me cree usted capaz de arrepentirme le preguntó ella mirándole fijamente y con expresión de asombro , después de desearlo tanto? Como nunca se ha visto usted en ello... replicó Leto, pesaroso de haber apuntado la sospecha.

Te lo declaro; sólo después que te he visto dirigir las cosas, es cuando he recuperado la confianza en el porvenir. Cuento contigo, Juan. serás el continuador de mi obra. ¡Ah! la realización de mi sueño sería que llegases a ser mi hijo a otro título... Pero, esto sólo puedo desearlo; no me corresponde intervenir.

¡Señorita, por Dios!... No soy yo quien lo dice, sino todo el mundo... Ayer me decía doña Filomena que la edificaba verla a usted oír la misa y comulgar y que daría cualquier cosa porque sus hijas fuesen lo mismo... Y razón tiene para desearlo, porque una de ellas, la última, es de la piel del diablo... ¿Querrá usted creer, señorita, que el otro día arañó a su hermana en la iglesia, sobre si había de confesar una primero que otra?... ¡Bonito arrepentimiento! ¡Si da vergüenza, señorita, da vergüenza el ver cómo andan algunas por la iglesia! ¡Parece que están en su casa! ¡Ay, no se hacen cargo las pobrecitas de que están en la casa del Señor de los cielos y tierra que les ha de pedir cuenta de su pecado!... ¿No le ha enseñado doña Filomena el rosario que le mandó su hermano de la Habana? ¡Es una maravilla!