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Y luego, sobre todo, cuando las cosas son urgentes y apremiantes, es menester aprovechar los momentos... ¿Pero qué sucede? Suceden muchas cosas: por ejemplo, esta tarde ha estado en mi casa el tío Manolillo. ¿Y qué me importa el bufón del rey? Despacio y paciencia. Quien escucha oye, y cosas pueden oírse que valgan mucho dinero. Sepamos al fin de qué se trata.

Quien inventó el silencio, no tuvo necesidad de inventar infierno para las mujeres. Sin embargo, es cosa de la Providencia que no sepa francés, porque si lo supiera, ¿qué dirian los franceses al oirse llamados animales á cada momento? Pero, hombre, ¿no ves qué bestias son estas gentes? aquí una de las frases más indulgentes de mi compañera. Los llama bestias, porque no entiende su idioma.

Créese que influyó mucho en la feliz terminación de la lucha y en el más pronto despejo de la plaza, el haberse oído de repente el silbato de El Atlante, anunciando su entrada en el puerto; suceso que arrastró al muelle a la mayor parte de los espectadores de la refriega, y aun a algunos de los combatientes que estaban desocupados en el instante de oírse las pitadas del vapor.

El arte del seductor se extendía sobre aquel mantel, ya arrugado y sucio; anfiteatro propio del cadáver del amor carnal. Mesía se dejaba ver por dentro, más que por complacer a sus oyentes, por oírse a mismo, por saber que él era todavía quien era. «Las trazas del amor eran casi siempre malas artes; era un soñador el que pensase otra cosa.

«Va á ver á la doctora... pensó Ferragut . Todo ha terminadoLamentó la pérdida de esta mujer, aun después de haberla visto con su fealdad trágica y pasajera. Al mismo tiempo le escocían las palabras injuriosas, los insultos cortantes con que había acompañado su salida. Ya estaba harto de oírse llamar «meridional», como si esto fuese un estigma.

Hablan sentados en corrillos en el suelo, abrazándose a los bancos; es necesario gritar para oírse. Algunos empiezan a atemorizarse... ¡No es para menos el caso! Son frecuentes los naufragios en estos parajes; si no, que lo digan los «tiralíneas», y lo que éstos refieren es para asustar a cualquiera.

Ahora, la que más y la que menos huele a perrosVolvió a oirse la risa alegre y chillona de la muchacha. Celebraron los demás circunstantes las granujerías de Fernando el de Amezqueta y fueron a acostarse. A la mañana siguiente, Martín y Bautista dejaron a Amezqueta y por un sendero llegaron a Ataun, lugar en donde Dorronsoro, el jefe civil carlista, había sido escribano.

Aquel movimiento, aquellas sencillas palabras, pareció que habían petrificado a aquellos veinte convidados, tan animados y bulliciosos un momento antes. El silencio que se produjo fue tal, que podía oírse fuera de la sala, que parecía desierta, el murmullo del viento entre las ramas. Todas las miradas, que primeramente se habían fijado en Juana, volviéronse a su marido, sentado frente a ella.

Dijo el por moderaos hasta seis veces, subiendo gradualmente de tono, y la última repetición debió de oírse en el puente de Toledo. El otro José estaba muy aturdido con la bárbara charla del grande hombre, el más desgraciado de los héroes y el más desconocido de los mártires.

Y por muchas que fueran las rachas que hacían crujir el velamen, zarandeando e inundando la barca, no dejaba de oírse la canción del aduanero, balanceada cual una gaviota en la cresta de las olas.