United States or Switzerland ? Vote for the TOP Country of the Week !


No olvide que este es el país de la Verdadera Revolución. Todavía pudo hacer Edwin nuevas observaciones.

Sintió Edwin una tierna conmiseración por los dos amantes, un deseo de protegerlos, de facilitar su entrevista, y para ello dejó caer sobre la mesa uno de sus brazos, colocándolo de modo que fuese como una barrera entre el ángulo donde quedaba la pareja con el grupo de servidores forzudos y todo el resto de la planicie.

me dejarás algún día dijo ella con su voz trágica de los grandes momentos . Un príncipe Lubimoff debe vivir en la corte, servir á su emperador, ser oficial de la Guardia; y yo necesito un compañero, un apoyo. Sir Edwin es la distinción personificada; pero no creas que olvido á tu padre. ¡Nunca!... ¡Héroe mío!

Pero como en sus afectos sólo podía mandar ella, juró á Edwin que le esperaría un año, dos, tres, todos los que fuesen necesarios, hasta que él encontrase una situación verdaderamente lucrativa ó un medio indiscutible de hacer fortuna. Con esto era seguro que la madre cejaría en su resistencia.

Una risa aflautada del gordo personaje fué la primera respuesta. Luego pareció arrepentirse de su falta de corrección al contestar con risas á las preguntas, y dijo gravemente: ¡Oh, Gentleman-Montaña!... ¡Va usted á encontrar en mi patria tantas cosas extraordinarias dignas de su asombro!... De cómo Edwin Gillespie fué llevado á la capital de la República Hubo un largo silencio.

Gillespie seguía inmóvil, sin hacer ningún gesto de dolor, considerando inútil la exteriorización de su pena, pues contaba con un «otro yo» ocupado en derramar sus propias lágrimas. A la caída de la tarde, un fuerte deseo de actividad hizo salir á Edwin de esta inercia. Un gentleman debe al cadáver de la mujer amada algo más que una dolorosa contemplación.

también una vez al célebre trágico Edwin Booth, de la familia del asesino de Lincoln; más tarde tuve ocasión de seguir sus interpretaciones de Shakespeare en Berlín, donde trabajaba con una compañía que le daba la réplica en alemán.

Era un Edwin Gillespie considerablemente disminuido; sus mismos ojos, su mismo rostro, igual estatura dentro de las proporciones de su pequeñez. Hasta creyó que su voz tenía el mismo timbre, considerablemente debilitado. Parecía que era él mismo quien hablaba desde una larga distancia. De todas las maravillas que había visto en la República de los pigmeos, ésta era la más asombrosa.

Le gustó menos ver cómo su novia apretaba las manos de Ra-Ra, mirándose en sus ojos, y cómo interrumpía tan cariñosa contemplación para volver á besarle. ¡Sufrir esto en su presencia!... Pero después de mirar con odio á Ra-Ra se dijo que éste era otro Edwin, y los besos recibidos por el pigmeo le correspondían á él aunque fuese de un modo indirecto.

Mi risa es de sorpresa.... En mi país, rara vez una mujer declara su amor al hombre. Pues aquí no es extraordinario contestó Flimnap . Acuérdese que todo lo dirigimos las mujeres, y por lo mismo nos corresponde la iniciativa en los asuntos de amor. Además dijo Edwin , usted olvida el obstáculo insuperable que la Naturaleza ha establecido entre los dos al crearnos con tamaños tan distintos.