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Detrás de ella lucía el retablo del altar mayor su majestuosa fábrica de un dorado suave y viejo: todo un mundo de figuras representando, bajo calados doseletes, las diversas escenas del drama de la Pasión. Entre el retablo y la verja, el oro parecía chorrear, resbalando por las blancas paredes, marcando con líneas deslumbrantes las junturas de los sillares.

Además, pensaba en las necesidades de su propia casa, donde todos estaban acostumbrados a la existencia fácil, amplia y desenfadada de las familias que no cuentan el dinero ni se preocupan de su ingreso, viéndole chorrear incansable como una fuente.

Casi todo el vecindario estaba en la plaza, a pesar de la lluvia cada vez más fuerte. Muchos miraban al negro espacio con expresión burlona. ¡Qué chasco iba a llevarse! Hacía bien en aprovechar la ocasión soltando tanto agua; ya cesaría de chorrear tan pronto como saliese San Bernardo. La procesión comenzaba a extender su doble cadena de llamas entre el apretado gentío.

Otros abiertos e iluminados, dejaban escapar, como los de las de Pajares, el sonoro tecleo del piano, acompañado algunas veces por el rítmico chorrear de las macetas recién regadas. En los corrillos de la plaza partíanse enormes sandías, y las mujeres, con el moquero sobre el pecho para librarse de manchas, devoraban las tajadas como medias lunas, chorreándoles la boca rojizo zumo.

De todo el lento chorrear de palabras, sólo algunas llegaban hasta su cerebro, clavándose en él con la persistencia de la obsesión «Glasgow... Liverpool... necesarios nuevos mercados... abaratar las tarifas de ferrocarriles... los agentes ingleses son unos ladrones...» «Bueno, que los ahorquen», contestaba mentalmente Rafael.

El chorrear de la fuente de Pontejos, es lo que se siente siempre, y alguno que otro coche que pasa por la Puerta del Sol... Son los trasnochadores, que se retiran.

Las espesas arboledas de la cima, los interminables balaustres blancos con arcos de clemátides color de vino, parecían chorrear una vida inferior florida y verde por estos desgarrones de las murallas, enviándola al mar. Cuando vea esto desde abajo, en una barca, lo apreciará usted mejor.