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Las dos son negruzcas, flacas, con aire de gitanas, pero jamás se verán en toda su vida tan admiradas y obsequiadas.

Yo advierto, no obstante, que estas novelas, escritas con el arte exquisito y profundo que tanto encomia el señor Reyles, aunque son leídas, admiradas e imitadas por cuantos siguen fanáticamente la moda de París, es de presumir que caigan en olvido, y hasta en menosprecio, cuando la moda pase y venga otra moda.

Pero ya lo arreglaremos, hijo, y a me tienes dispuesta a darle la morrada a la bestia cuando menos ella se lo piense. Ya no la puedo sufrir. Tía y esposa, disimulando su tristeza, le contemplaban mientras tomó el chocolate, admiradas de que lo tomase con ganas. Las ganas teníalas la bestia, él no. xi

La animación, la alegría, el espectáculo del lujo nos recrean. Aunque no nos forjemos la ilusión, ni esperemos, ni deseemos siquiera ser vistas y admiradas, queremos ver y admirar la gala, la hermosura y la elegancia de los otros. Tienes razón, hija mía, tienes razón. Yo me olvido de que eres una muchacha. Tus gustos son como de muchacha.

Y tampoco quiero atribuirlo á lo que ahora llamaríamos medidas de gobierno, ya que las más celebradas y admiradas en lo antiguo, por los que entonces escribieron, nos repugnan hoy y á menudo nos parecen feroces y vitandas atrocidades.

Ricardo no tuvo más remedio que ir a lavarse las manos. Está bien; ahora toma este otro rollo y extiende este pedazo de pasta hasta que lo conviertas en una lámina redonda. El nuevo panadero se puso a la obra con ardor, con demasiado ardor, pues la pasta se agujereó varias veces de puro fina. Las criadas le contemplaban admiradas y sonrientes, mientras Marta permanecía grave y atenta a su tarea.

Asunción y Presentación, al oír que yo era una especie de santo, me contemplaron con admiradas. Yo las miré también. Estaban tan bonitas, más bonitas que en Bailén; pero oprimidas bajo la exagerada pesadumbre de la autoridad materna, sus hermosos ojos estaban llenos de tristeza. Sin que su madre lo advirtiera, dijéronse algunas palabras por lo bajo.

Y el Dotor pisaba la orilla seca, desnudo y serenamente impúdico como un dios, dando la mano á los hombres, mientras chillaban las mujeres llevándose el delantal á un solo ojo, espantadas y admiradas á la vez de su monstruosidad colgante que esparcía á cada paso una rociada de gotas.

Y el abogado miraba á Aresti con superioridad, seguro de haberle aplastado con estos argumentos aprendidos en Deusto, sin reparar en que, por defender á sus maestros, atacaba á Sánchez Morueta. El doctor sentíase irritado por el aire de triunfador que tomaba el joven ante las dos mujeres, las cuales parecían admiradas de sus palabras.

Repararon las gitanas en viéndole y pusiéronsele a mirar muy de espacio, admiradas de que a tales horas un tan hermoso mancebo estuviese en tal lugar, a pie y solo. El se llegó a ellas, y hablando con la gitana mayor, le dijo: Por vida vuestra, amiga, que me hagáis placer que vos y Preciosa me oyáis aquí aparte dos palabras, que serán de vuestro provecho.