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Unos eran opacos é incoloros, otros bronceados y negros; los más se revestían con tintas soberbias, cuyo esplendor desesperaba á los pinceles humanos, incapaces de imitarlas. Un rojo magnífico era la base de esta coloración, descendiendo gradualmente al rosa pálido, al violeta, al ámbar, hasta perderse en el lácteo iris de las perlas y la policromía temblona y vagorosa del nácar de los moluscos.

María admiraba a las insignes heroínas de la religión, como se admiran los fenómenos y prodigios de la naturaleza, con emoción y asombro. Mucho tiempo se pasó sin que osara levantar sus ojos hasta ellas para imitarlas. Limitábase a pedirles con interminables oraciones que intercediesen para que Dios le perdonase sus pecados.

Con las señoras de la grandeza y las que quieren imitarlas, van allí algunos de esos devotos que desgastan con las rodillas los ruedos de las iglesias y, tras las mujeres, van señoritos elegantes a ver lo que se pesca, ¿entiendes? Sigue. Uno de esos señoritos está buscándole las vueltas a Leo. ¿Estás seguro de lo que dices? ¿Puedes suponer que me hubiese metido en esto si no lo estuviera?

A pesar del abatimiento en que hemos caído, y a pesar de la admiración y de la semi-adoración que unida al propio menosprecio quieren algunos hacernos sentir, no ya sólo por las novelas inglesas y francesas, sino también por las suecas y las rusas, el prurito de imitarlas, o bien no se da, o si se da produce el no esperado efecto de que imitemos, tal vez sin pretenderlo y hasta sin sospecharlo, impulsados por invencible atavismo, la antigua novela española.

No comprendía aún el goce místico de la comunicación directa y sensible entre el alma y su Dios, y se confesaba con gran remordimiento que si en ella se efectuase una de estas maravillosas visiones sentiría mucho más miedo que placer. No tardó, sin embargo, en nacer en su corazón el deseo de imitarlas. De la admiración a la imitación va siempre poco trecho.

Cuando rezaba se complacía en bajar y subir la expresiva mirada, como jugueteando con los párpados, gozándose en dar alternativamente luz y sombra a los que la rodeaban. En sus relaciones con el gran mundo, tenía ese tacto supremo que sabe mortificar sin ofender, que consiste en admirar a las gentes virtuosas sin comprometerse a imitarlas ni indisponerse jamás con los que pecan.

Reyles pone por las nubes o que ni él ni yo las hemos leído, o que no hemos leído sino las novelas españolas de los siglos XVI y XVII y que nos empeñamos en imitarlas y hasta que reflexivamente las imitamos. El resultado será, si en el Sr.

La vida activa la llamaba con voces enérgicas y profundas. No obstante, tampoco la inspiraban deseo de imitarlas otras compañeras suyas, a quienes veía esconder furtivamente en el corpiño la cartita, o asomarse al balcón prontas, ruborizadas y ansiosas.