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Por mucho que retroceda a través de esos recuerdos tan insignificantes en su origen, tan tumultuosos más adelante, cuyo curso remonto no sin cierta dificultad, encuentro siempre en sus acostumbrados sitios, alrededor de la mesa de tapete verde, a la luz de las lámparas, aquellos tres rostros juveniles sonrientes entonces, sin la más leve sombra de una preocupación real, y que tanto y de tan diversas maneras debían entristecer algún día, pasiones y pesadumbres; la pequeña Julia con salvajismos de niño mimado; Magdalena todavía colegiala a medias; Oliverio conversador, distraído, elegante sin pretenderlo, atildado, vestido con gusto en una época y en un medio en donde los muchachos eran ataviados lo peor posible, manejando las cartas con viveza, rápidamente, con el aplomo de un hombre que ha de jugar mucho, sabiendo lo que hace, y de pronto diez veces en dos horas tirando los naipes bostezando, diciendo: «me aburro» y yendo a ocultarse en un rincón cualquiera.

Allí, sin reflexionar nada, sin pretenderlo tampoco, absolutamente como hombre fascinado por alguna empresa que tanto le asusta como le seduce, de una tirada, sin releer, casi sin vacilar, escribí una porción de cosas inesperadas que parecían caer del cielo. Fue a la manera de un exceso de carga que salió de mi corazón, de cuyo peso se sentía aliviado a medida que de ella se iba desembarazando.

490 Es tenaz en su barbarie: no esperen verlo cambiar; el deseo de mejorar en su rudeza no cabe; el bárbaro solo sabe emborracharse y peliar. 491 El indio nunca ríe, y el pretenderlo es en vano, ni cuando festeja ufano el triunfo en sus correrías; la risa en sus alegrías le pertenece al cristiano.

Pues que vos le conocisteis, señora, dijo Margarita, y a la dama que sin pretenderlo y sin menoscabo de su decoro, que bien lo creo, fue causa de que de se olvidase, decidme os ruego cuáles fueron sus aventuras, que sin duda a un desastrado fin le llevaron.

Había además en la cigüeña un no sabemos qué de exótico: cierto raro modo de ser, bastante parecido al que se nota en un viajero de distinción, venido de muy remotos países, con quien por dicha tropezamos y entablamos conversación sin pensarlo ni pretenderlo y solamente a causa de súbita y misteriosa simpatía. Poldy, sin duda, simpatizó con la cigüeña.

Menester era de toda la prudencia y tino de Morsamor, para evitar riñas entre dichos envidiosos y los del bando que sin pretenderlo él querían seguirle y cuyo aparente adalid era Tiburcio.

Con aparente razón me argüirás, respetado y querido lector, que cómo y por qué, si me considero sin fuerzas para darle cima, tengo la osadía de pretender ejecutaría; y yo te replicaré humildemente que, considerando que es la más antipática forma de la soberbia y la presunción la intempestiva modestia, virtud que tan pocos tienen y con tantísima frecuencia se falsifica, si hubiera sido un íntimo amigo el que me hubiera solicitado para tal empeño, con la confianza que la amistad hubiera rehusado el complacerle, exponiéndole franca y sinceramente mi incompetencia y los perjuicios que á su obra le irrogaría el ir precedida de un prólogo de persona de tan poca autoridad como soy yo; pero se trataba de un escritor meritísimo, según he podido comprobar por la lectura de su obra, que era para completamente desconocido, y cuya jerarquía en la milicia, aunque honrosísima, es modesta, y una negativa mía tal vez la hubiese considerado como desdén más bien á la persona que al libro, incurriendo yo, sin pretenderlo, en desconsideración y descortesía.

No se citaba, durante su matrimonio, un solo triunfo que el amor hubiese alcanzado sobre ella. Había sabido infundir, o sin saberlo ni pretenderlo ella, había infundido esperanzas que no llegaban a cumplirse. Hasta ya viuda, Elisa no había tratado con frecuencia al Conde de Alhedín. Verle y desear enamorarle fué en ella todo uno.

Útil o bello y elevado además, es cuanto allí queda. Sin imitar a nadie pueden escribirse obras nuevas y buenas; pero también, imitando lo antiguo, se puede escribir bien, y ser nuevo, hasta sin pretenderlo y contra la voluntad y el propósito de quien escribe.

Una y media respondió Nieves al punto . Hasta tres... ¡No sea usted tentadora! Dejémoslo en las dos, y crea usted que es bastante. ¿Hay miedo, Leto? ¡Tendría que ver! Pues lo parece. Vea usted los delfines otra vez... Los puede usted alcanzar con la mano. ¿Serán capaces de pretenderlo, los muy sinvergüenzas?