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Actualizado: 13 de septiembre de 2025
A pesar del abatimiento en que hemos caído, y a pesar de la admiración y de la semi-adoración que unida al propio menosprecio quieren algunos hacernos sentir, no ya sólo por las novelas inglesas y francesas, sino también por las suecas y las rusas, el prurito de imitarlas, o bien no se da, o si se da produce el no esperado efecto de que imitemos, tal vez sin pretenderlo y hasta sin sospecharlo, impulsados por invencible atavismo, la antigua novela española.
Esto viene en apoyo de mi tesis, en la cual no afirmo que en literatura no haya modas, sino que no debe haber modas en literatura y que los verdaderos literatos, cuando quieran escribir obras durables y no contentarse con un aplauso efímero, y cuando quieran emplear el verdadero arte exquisito y profundo, no descubierto recientemente en Rusia, sino conocido ya en Grecia, desde los tiempos de Homero, deben prescindir de la moda y dejarse llevar de la propia y natural inspiración de la que nace, sin buscarlo ni pretenderlo, cuanto hay de original, de peregrino y de nuevo.
Sin pretenderlo ni molestar a nadie llegué a ser un buen alumno y me auguraban grandes éxitos futuros: una continua desconfianza en mí mismo, muy sincera y muy ostensible, produjo efectos análogos a los de la modestia y dio margen a que me fueran perdonados muchos puntos de superioridad de la cual yo mismo no hacía caso; finalmente aquella falta completa de estima personal presagiaba ya las indiferencias y las severidades de un espíritu que debía observarse desde muy temprano, apreciarse en su justo valor y condensarse.
Nadie, ¡canástoles! nadie; porque yo tampoco lo creo; pero ¿por qué, con planes o sin ellos, se me ha atravesado este estorbo aquí? ¿Por qué no han ido las cosas por sus pasos contados? Y ¿qué más contados los quería usted, don Alejandro? Se han hallado sin buscarse; se han tratado sin pretenderlo; se han entendido sin explicarse... ¡Sí hasta parece providencial, hombre! créalo usted.
Y con todo, apenas habrá seductor, por brutal, irreverente y desaforado que sea, que ose pretender a una soltera, sin proponer la buena fin: y apenas hay Tenorio, por enclenque, canijo y fehuelo que Dios o el diablo le hayan hecho, que no tiente el vado, se declare con desenfadada audacia y se atreva a pretenderlo todo de una mujer casada.
Palabra del Dia
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