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Nos hablaba, también, Yurrumendi de esos pulpos gigantescos con sus inmensos tentáculos, que pueden hacer naufragar una fragata; del mar de los Sargazos, en donde se navega por tierra, por verdadera tierra, que se abre para dejar pasar un buque; de los países donde nievan plumas; de los delfines, que tienen esa extraña simpatía mal explicada por los hombres; de las sentimentales ballenas, cuya desgracia es pensar que la humanidad estima más su aceite que su melancólico corazón; de los mil enanos jorobados y extravagantes de las costas de Noruega; de las serpientes de mar que persiguen, aullando, a los barcos; de la araña del Kraken, en el pino de Portland, en Inglaterra, y de ese monstruo terrible del Maëlstrom, cuyas fauces sorben el mar y tragan las imprudentes naves haciéndolas desaparecer en sus gigantescas entrañas.

De nuevo resonaron los clarines, Y asi Mercurio lleno de contento, Sin darle mal aguero los delfines, Remos al agua dió, velas al viento. Eran los remos de la real galera De esdrujulos, y dellos conpelida Se deslizaba por el mar ligera. Hasta el tope la vela iba tendida, Hecha de muy delgados pensamientos, De varios lizos por amor tegida.

Pasan doscientos años, la pobre casa de los Pilares no puede con el peso de los infinitos y memorables acontecimientos de que fué teatro durante dos siglos; aquella pobre casa amenaza ruina en el reinado de Francisco I, y el Cabildo de Paris, que habia dejado la barraca del Sena para ocupar la casa de los Delfines, concibe ahora el pensamiento de derribar la antigua casa de los Delfines, para levantar un palacio que corresponda á la importancia de la corporacion y de la ciudad.

El fuste de estas columnas huecas estaba adornado con las tres flores de lis de la vieja monarquía francesa, los agarradores de cada cañón eran dos delfines, y todas las piezas ostentaban el lema pretencioso Nec pluribus impar de Luis XIV, con otro más sombrío: Ultima ratio regnum. El príncipe sonrió ante este lema.

Abandonaron sus asientos, y al dirigirse a una de las escalerillas para descender al paseo, notaron en el mar varias curvas negras y veloces que asomaban un instante sobre el agua, sumiéndose y reapareciendo más lejos entre burbujeo de espumas. Son atunes dijo Maltrana . O tal vez sean delfines... ¡Quién sabe! De seguro que no son sirenas repuso Ojeda.

En estos mapas, el mar se simbolizaba con una ballena echando un surtidor de agua, un galeón y varios delfines; los pueblos, por casitas; los montes, por árboles, y los países salvajes, por indios con plumas en la cabeza, un arco y una flecha. Había, también, planos para indicar las corrientes y los vientos, y dibujos de sondas, brújulas primitivas y astrolabios.

Mire usted los delfines, Nieves, en rebaños, dándola a usted escolta de honor, y haciendo, volatines fuera del agua para que usted los admire. ¡Cómo quieren lucir su ligereza pasándonos por la proa a lo mejor! Nieves los admiraba, y hasta los temía al verlos surgir del abismo junto al carel, volteando como pedazos de rueda negra con aguzadas cuchillas de acero enclavadas en la llanta.

Ni aun las manos alcanzo a verme. Los pinares se me figuran los Pinares del Rey. Entonces nos hallamos entre Campelos y Ricoy. Es una playa de arena gorda. Hasta que amanezca no señalaremos adónde arribamos. Con tal noche, era sabido. Suerte que no naufragamos. Suerte para nosotros, que no dirán lo mismo los delfines.

Pues al ver lo que se arriman y se presumen... Las gaviotas... Mire usted esa nube de ellas escarbando con las alas en el mar: allí hay un banco de sardinas... Lo que usted quiere dijo Nieves pasando su mirada firme de los delfines y de las gaviotas a Leto , es distraerme a del punto que estábamos tratando; pero no le vale... ¡Las tres tablas, Leto!

Encima de la clave del arco lucia el nobilísimo escudo con las armas de los Colones, y á ambos lados, á modo de remates ó crestería, corrían grupos de delfines, alusivos á la empresa paterna.