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Toda la comitiva se dirigió a una de las bocas de la mina llamada "Pozo de San Jenaro". Cerca de este pozo hay un edificio destinado a la inspección y al peso, donde las damas y los caballeros cambiaron de calzado y se pusieron los impermeables. Al verlos de aquel modo ataviados, un estremecimiento de anhelo y de entusiasmo corrió por el resto de los excursionistas.

Apeáronse a la entrada de la villa y la atravesaron por el medio, produciendo, como es consiguiente, no poca turbación en ella. Las mujeres salían a las puertas y ventanas contemplando con ansia y curiosidad aquel brillante cortejo de damas y caballeros ataviados con trajes que no habían visto en su vida.

En una de esas eminencias de la via, miéntras que la diligencia hacia un relevo, vímos pasar algunos jóvenes, modestamente ataviados, que viajaban á pié, cada cual con su maleta sobre la espalda y su baston en la mano.

Hacía horas que Julî se había ido y el sol estaba ya bastante alto. Tandang Selo desde la ventana miraba á la gente que en traje de fiesta se dirigía al pueblo para oir la misa mayor. Casi todos llevaban de la mano, ó cargaban en brazos un niño, una niña, ataviados como para una fiesta.

Al oir mi pregunta dobló la cabeza, y despues de un silencio religioso de algunos minutos, me dijo con acento emocionado: «Antiguamente, en tiempo de la república, cuando yo era un muchacho, se celebraba una gran fiesta: todos los pescadores, ataviados con sus mejores galas, venian en procesion á esta iglesia, habia mucha animacion, mucho contento, mucha alegría: hoy ... no hay nada, señor, silencio y tristeza ... la patria no existe....»

Esto debe decirse de todas las jóvenes que, llevadas de la pasion funesta de que las adoren por el vestido, suponen al traje un encanto que es el secreto de la modestia, del recato, de la sencillez y de la virtud. ¿No conocen las jóvenes que una tela no puede inspirarnos amor? ¡Quieren ser ídolos muy ataviados, muy bonitos por fuera! ¡Ay!

Vestía el poderoso comerciante su mejor paño, la dama elegante su mejor seda, y los muchachos artesanos, lo mismo que los hombres del pueblo, ataviados con sus pintorescos trajes salpicaban de vivos colores la masa de la multitud. Movíanse en el aire los abanicos, reflejando en mil rápidos matices la luz del sol, y los millones de lentejuelas irradiaban sus esplendores sobre el negro terciopelo.

Los convidados se agitaban casi en la oscuridad, en medio de una confusion de los muebles mas heterogéneos, ataviados con los vestidos mas extraños, y bebían y bailaban al compás de la orquesta mas extravagante que se puede imaginar: y todo eso en un estrecho aposento del piso mas alto de la casa.

Alrededor de esta mujer había, sentados en el suelo, dos chicos y una muchachuela, tan sucios y mal ataviados como ella, de quien eran dignos vástagos. El cortejo fué penetrando acompasadamente en la sala. Los hombres formaron una línea contigua á las paredes, y las mujeres otra, algunos pasos más al centro.

Además repartíanse cédulas de convite y gratificábase á cuatro soldados y á un cabo que desde el amanecer del dia de la procesión guardaban la iglesia, en donde, pomposamente ataviados, hallábanse dispuestos los pasos, cuyo número había aumentado considerablemente, pues además de los que se convinieron sacar en las escrituras de 1687 y 1692 que comprendió solamente á las efigies de la Virgen con la adoración de la Madre de Dios, Sto.