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Los dados están echados exclamé en voz alta golpeando el suelo con el pie. Mi altivez y yo saltamos el Rubicón y dije bajando los ojos: Mi querido comandante, aconsejad a Pablo que vaya entre los esquimales, os lo suplico. ¿Y por qué entre los esquimales? Porque las mujeres de por allá son espantosas balbuceé, mientras que las rusas son lindísimas.

Lo que yo niego, y esta es la cuestión, es que las bellas artes progresen como progresa la química o la cirugía, y que la superioridad de las novelas francesas y rusas sobre las nuestras, consista en que aquéllas están escritas siguiendo los preceptos de un arte exquisito y profundo recién inventado.

Esta belleza de los ojos era un rasgo que tenía de común con sus hermanas, como asimismo la extraordinaria y continua intensidad de la mirada, llena de alma. Las Aliaga conocían muchos libros que Adriana había leído, se asemejaban a ella en ideas y modos de ver, deliraban por versos de amor y comentaban con sutileza las novelas francesas y rusas que les traía Julio.

En la plataforma del castillo de popa, entre botes, maromas y salvavidas, pululaban los pasajeros de tercera clase que gozaban de preferencia: tenderos ambulantes; rusas y alemanas con grandes sombreros de paja, que, agarradas del talle, hablaban de sus diplomas académicos y de la posibilidad de entrar en el seno de una familia del Nuevo Mundo para enseñar idiomas a los niños; jóvenes melenudos con trajes de buen corte, pero de raída tela, siempre con un libro en la mano.

Sin querer imitar a nadie, espontáneamente, hasta contra nuestra voluntad, hasta cuando nos empeñamos en ser o en aparecer como de otro siglo o como de otra época, somos por virtud de leyes ineluctables, de nuestra época y de nuestro siglo. Supongamos por un instante que no hay esas novelas francesas y rusas que el Sr.

Y por entre estos grupos de juventud que se consume en la impotencia, destinada tal vez a morir de pie en la Galería, pasa con menudo y ligero paso el otro rebaño de la quimera; las muchachas que con el spartito bajo el brazo van a casa de los maestros; inglesitas rubias y flacuchas que quieren ser tiples ligeras; rusas regordetas y peliblancas que saludan con ademán de soprano dramática; españolas de atrevido mirar y valiente garbo que se preparan a ser sobre las tablas la cigarrera de Bizet, pájaros frívolos y sonoros que tienen el nido a muchos centenares de leguas y levantaron el vuelo deslumbrados por los espejuelos de la gloria.

Este género de literatura, que floreció tan gloriosamente en España, se descuidó por el teatro, desde mediados del siglo XVII, y sólo ha renacido recientemente, pugnando por competir con las novelas francesas e inglesas, que son en el día las más celebradas, y con las novelas rusas y de otros pueblos del Norte, que van poniéndose muy de moda.

En los palacios reales pasan las mismas cosas que en otra casa cualquiera, y a veces peores. Napoleón, por ejemplo, el único emperador por derecho propio, que pasó los Alpes, los Pirineos, la Selva Negra, las montañas austríacas y rusas, no hubiera podido pasar un túnel. Si entonces hubiesen existido túneles.

Una gran señora podía adoptar medios de existencia que años antes hubieran provocado escándalo. Ella conocía en Niza muchas damas rusas que daban grandes fiestas en sus salones antes de la guerra, y ahora, caídas en la pobreza, se ingeniaban para ganarse el pan á su modo. Una iba á abrir una tienda de sombreros, contando con sus antiguas amistades para formarse una clientela.

Reyles y en hay personalidad y fondo propio, que escribiremos novelas muy diferentes por todos estilos de las antiguas, muy de nuestro siglo y mucho más nuestras que imitando las francesas o las rusas. La imitación de lo antiguo es, por otra parte, mil veces más segura. Lo tonto, lo disparatado, y lo vulgar, todo ha caído en olvido o en descrédito.