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¡Andar, lamponas! ¡Dejáis la cama por hacer y el chiquillo por mamar! ¡Madrastras! ¡Ni os peinades tan siquiera!... ¡Andáis arañando en el pelo con los dedos por llegar seis minutos antes, ansiosas de judas! ¡ dormiste en el camino, avariciosa! Imposible que a tu casa llegases.

Sólo podía juntarse con las de su raza, y aun éstas, ansiosas de congraciarse con el enemigo, se traicionaban mutuamente, sin energía ni cohesión para la defensa común. A la hora de salida, las chuetas se marchaban antes, por indicación de las monjas, para evitar los insultos y ataques de las otras alumnas al verse juntas en la calle.

Nos hemos salvado por milagro dijo el Capitán . ¿Tendremos que luchar hasta el alba entre estas olas, que parecen ansiosas por tragarnos? ¿Podremos resistir hasta entonces? ¡Tío! exclamó Hans . ¡Mira hacia allá! ¿Qué ves? Un resplandor muy vivo. ¿No lo percibes ? ¿Un resplandor? ¿Tal vez el fanal de algún buque? No; más bien parece un incendio.

La vida activa la llamaba con voces enérgicas y profundas. No obstante, tampoco la inspiraban deseo de imitarlas otras compañeras suyas, a quienes veía esconder furtivamente en el corpiño la cartita, o asomarse al balcón prontas, ruborizadas y ansiosas.

Pero ¡ay! no lo guardaron los fementidos abrigos, que al llegar muy empaquetaditos de la silla de posta, y al ofrecerse a las miradas ansiosas y zahoríes de sus cuatro dueños, lo pregonaron muy alto, por lo pobre de la ornamentación y lo chapucero del cosido. Estos abrigos no están hechos en Madrid dijo resueltamente Micaela, que era la más nerviosa de las cuatro. ¡Hija, no desbarres, por Dios!

Todas las miradas se, vuelven ansiosas hacia la presidencia. Después del hijo del Perinolo, pidió y obtuvo la palabra don Jerónimo de la Fuente. El ilustrado profesor de primeras letras, deseaba ardientemente levantarse a los ojos del público después de la caída de las Pandectas.

Se estrecharon la mano y no dijeron más. Ni el uno ofreció favor ni el otro pidió misericordia. Las gentes de Argel acudían ansiosas para conocer al «Demonio de Malta» amarrado a su banco de esclavo; pero al verle fiero y ceñudo como un aguilucho cautivo, no se atrevían a insultarle.

Precedidos por el papú se dirigieron a la carrera hacia el bosquecillo, adonde llegaron bien pronto, pues el indígena, que comprendió que algo grave debía de haber sucedido, los guió sin vacilar. Cornelio y Van-Horn se detuvieron ante los árboles. Ambos estaban muy pálidos y dirigían ansiosas miradas a aquellos árboles; pero ni uno ni otro vieron a nadie.

Y la cabeza, cada vez más fría y lívida á pesar del colorete, movíase de un lado á otro de la almohada, agitando su diadema de flores, entre las manos ansiosas de la madre y de la hermana, que se disputaban el último beso. A la salida del pueblo estaba aguardando el señor vicario con el sacristán y los monaguillos: no era caso de hacerlos esperar.

Ahora, la celebridad traía á sus brazos damas de alta posición, pero con un pasado inconfesable, ansiosas de novedades y excesivamente maduras. Esta burguesa que marchaba hacia él y en el momento del abandono retrocedía con bruscos renacimientos de pudor representaba algo extraordinario. Los salones de tango experimentaron una gran pérdida.