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Y toda la avalancha retrocedía, empujando de nuevo a los transeúntes, ganosa de salir al encuentro de los que llegaban por la parte opuesta. Era un deseo vehemente de encontrarles lo más lejos posible del Hospicio, de ganar algunos segundos, de prolongar la rápida entrevista, en la que habían pensado días enteros.

Ana veía los renglones desiguales como si estuvieran en chino; sin saber por qué, no podía leer; no entendía nada; aunque la inercia la obligaba a pasar por allí los ojos, la atención retrocedía, y tres veces leyó los cinco primeros versos, sin saber lo que querían decir.... Y de repente recordó que ella también había escrito versos, y pensó que podían ser muy malos también. «¿Si habría sido ella una Trifona?

Amanecía una mañana en una esquina de Buenos Aires un figurón pintado en papel con una cinta flotante de media vara. En el momento que alguno la veía, retrocedía despavorido llevando por todas partes la alarma, entrábase en la primer tienda y salía de allí con una cinta de media vara.

Donde estaba un hombre, bien podía estar otro. Además, creyó perder algo de este espectáculo nuevo, del que esperaba grandes emociones, si retrocedía algunos pasos. Se dispuso Maltrana a dar principio al duelo, pero antes, como un actor que prepara la frase decisiva y mira al público, volvió los ojos en torno de él. Momento de emoción.

Giraron la cabeza para ver si había entrado algún caballo en la chacra, y se doblaron de nuevo. Los fox-terriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado aún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia de sus compañeros, que cuando una cosa va a morir, aparece antes. ¿Y cómo saben que ese que vimos no era el patrón? preguntó.

Llegó, y antes de poner aquella llave que tan cara, y al mismo tiempo tan dulcemente había comprado, se estremeció, dudó, retrocedió: temía que un accidente cualquiera denunciase, descubriese aquella su entrada subrepticia casa de la duquesa: pero el duque de Osuna, don Pedro, no retrocedía tan fácilmente; antes que dejar abandonada á misma á la duquesa, arrostró por todo: confiaba en su nombre, en su fama; ya en su juventud, don Pedro Téllez Girón era un magnífico grande, á quien se respetaba poco menos que al rey.

De pronto se agachó, buscando piedras en la obscuridad para arrojarlas contra Febrer, y a cada pedrada retrocedía algunos pasos, como para defenderse de una nueva agresión. Los guijarros, despedidos por sus brazos débiles, fueron a perderse en la sombra o rebotaron contra el porche.

La embarcación, al principio, parecía como desconcertada, como asombrada; avanzaba un poco, retrocedía, daba la impresión de una persona indecisa que quiere dar un salto y no se atreve. Al último cogió tan bien el viento, que se alejó, dejándonos estupefactos. Ya sabe ella dónde va dijo Allen, convencido. Al subir un montículo de arena volvimos la mirada hacia atrás.

Dio un paso atrás, revolvió en su cesto de costura, sacó una navaja enorme, y corriendo en seguimiento del gigante, que retrocedía espantado, exclamó con bramido: Te degüello....

De improviso se renovaron los gritos, que en el nocturno abandono parecían más lúgubres: durante aquella hora de angustia suprema, la mujer moribunda retrocedía al lenguaje inarticulado de la infancia, a la emisión prolongada, plañidera, terrible, de una sola vocal. Y cada vez era más frecuente, más desesperada, la queja.