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Salí de la sala tan fastidiado que no permití que nadie me acompañara. En el «hall», mientras me ponía el gabán, que los dueños de casa se consultaban, estupefactos... Se irá porque tiene siempre la costumbre de jugar al billar después de comer decía la señora. Tal vez contestaba el señor. Pero más bien parece que le ha hecho mal la comida... Se ha indispuesto repentinamente.

Volvióse, y vió a los cuatro idiotas, con los hombros pegados uno a otro, mirando estupefactos la operación. Rojo... rojo... ¡Señora! Los niños están aquí, en la cocina. Berta llegó; no quería que jamás pisaran allí. ¡Y ni aún en esas horas de pleno perdón, olvido y felicidad reconquistada, podía evitarse esa horrible visión!

El rostro de la pobre joven se volvió rojo como la flor del granado, y ocultó su cabeza en el seno de la superiora, indignada de la temeridad del desconocido. ¡Ave María... qué atrevimiento! dijeron las mujeres. ¡Por la Virgen! ¿de dónde sale ese demonio? se preguntaban los hombres, estupefactos de tanta audacia.

Algunos la reconocían, repitiendo su nombre: «la duquesa de Delille». Por instintiva repulsión, ó por el cobarde deseo de no verse mezclados en «historias», nadie la hablaba, dejándola sola en el centro del grupo, con sus ojos estupefactos que imploraban un auxilio, sin saber cuál. Personas de buena voluntad empezaron á desarrollar sus iniciativas autoritarias. ¡Aire!... ¡dejen aire!

¡Dios mío, qué desgracia! exclamó llevándose las manos al rostro. ¿Desgracia? preguntó ella con asombro. ¿Por qué? Yo estoy muy contenta. Y viendo sus ojazos dilatados, estupefactos, le explicó riendo que era feliz con esperar una prenda de sus amores; que no tuviese miedo alguno porque ella sabría arreglarse para que nada se descubriera.

¿Le gusta a usted? preguntó dilatando su boca para sonreír de tal modo que dejó estupefactos a los circunstantes a pesar de hallarse acostumbrados a los prodigios que la naturaleza solía obrar en su fisonomía. ¡Muchísimo! Es precioso... precioso... ¿Quiere usted oírlo otra vez? ¡Ya lo creo! Pues lo tocaré, lo tocaré, Presentacioncita dijo el artista lleno de condescendencia, rebosando de orgullo.

Cuando cesó el estrépito y se desvaneció el humo en las nubes, todos quedaron estupefactos cuando de tanto aparato, y de tantas y tan grandes máquinas, no quedaron restos algunos ni de ruedas ni de armazón, habiendo desaparecido todo. Presentóse también el traidor Judas, que se colgó de una ventana, y herido después por el rayo, desapareció de repente sin dejar rastro ni huella.

Los dos pilletes se miraron estupefactos. ¿Quién era el osado? ¿Será Chiripa? preguntó Celedonio entre airado y temeroso. No; es un carca, ¿no oyes el manteo? Bismarck tenía razón; el roce de la tela con la piedra producía un rumor silbante, como el de una voz apagada que impusiera silencio.

Parecida sensación experimentaba cuando oía hablar o leía algo de grandes desfalcos, de tesoreros que huían con una caja y cosas por el estilo. Volvió Emma al cuarto de hora, en efecto, y sus comensales dijeron a un tiempo: ¡Qué es esto! Y ambos se pusieron en pie, estupefactos, porque el caso no era para menos.

Alicia, estupefacta al oír esta nueva, no encontró nada que decir. Cuando María Teresa y Huberto quedaron solos, se miraron, estupefactos a su vez. En él, pronto estalló un sentimiento de triunfo; en ella, una turbación infinita. Gracias a la intervención de aquella extraña Alicia, María Teresa acababa de comprometer su palabra. ¿Por qué tan ligeramente?