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Oyó la respiración de su marido, áspera a ratos, a ratos silbante y con diversos flauteados, como si el aire encontrase en aquel pecho obstrucciones gelatinosas y lengüetas metálicas. Incorporose Fortunata, cediendo a un movimiento interior cuyo impulso inicial se determinó cuando estaba dormida. Lo que pensaba entonces era por demás peregrino.

Los dos pilletes se miraron estupefactos. ¿Quién era el osado? ¿Será Chiripa? preguntó Celedonio entre airado y temeroso. No; es un carca, ¿no oyes el manteo? Bismarck tenía razón; el roce de la tela con la piedra producía un rumor silbante, como el de una voz apagada que impusiera silencio.

Tiene el azul del Arte, la blancura del lirio y la rojez de Marte, por tres timbres gloriosos de su ilustre blasón. Sonríe, si la hiere la silbante metralla. Es su soñada gloria caer en la batalla, teniendo por sudario su santo pabellón. Es suave como el ritmo de las flautas bucólicas, que ensaya dulcemente en notas melancólicas, entre las verdes cañas, la brisa vesperal.

Nada se oía, a no ser de vez en cuando un hálito, parecido a la respiración silbante que se escapa de una garganta medio sofocada. Entonces me encolericé al verme rechazada de todas partes. Sin duda seré bastante buena para preparar esta fúnebre comida dije soltando una carcajada.

¿No has encontrado a Nieves? preguntó con reprimida cólera la gentil costurera. , la he encontrado respondió él con acento indiferente. ¿Y no te has parado con ella? No; la he dicho simplemente adiós. ¡Embustero! ¡hipócrita! ¡tío silbante! exclamó con furia Valentina. ¡Toma, por zorro! Y le descargó sobre los brazos una granizada de pellizcos.

El día que se me meta en el moño te clavo el corazón, con cuidao o sin él... ¿Qué te has figurao, viejo silbante, que después de lo que has hecho conmigo me ibas a tirar a la barredura, como un papel sucio?... ¡Ja, ja!... Que se te quite, infeliz. El traje, la actitud y la voz de la chula habían hecho pararse a algunos curiosos.

La que contaba estas tristezas llamábase Basilisa; tenía a su padre baldadito, de andar en el río cogiendo anguilas, con el agua hasta los corvejones; a su hermana Cesárea bizmada, de los golpes que le dio su querido, un silbante, un golfo, un rata, «a quien tiene usted toda la noche jugando al mus en cas del Comadreja, Mediodía Chica. ¿Conoce la señora ese establecimiento?

El señor Bellido era singularmente afecto a los puntos suspensivos. Todas sus sentencias dejaban un rumor silbante de cohete. El que le oía, quedábase anhelante, esperando el estallido de la nuez. Generalmente, los cohetes no llevaban nuez. Pero cuando estallaban, la bomba era de dinamita. Prosiguió el señor Bellido.

Algunos se echaron fuera; mas no por eso se acalló el tumulto, y lo peor fue que aparecieron de súbito dos o tres personas que tomaron el partido del orador silbado contra el silbante pueblo. ¡Que ustedes son unos servilones, mata candelas! ¡Que ustedes son unos afrancesados! Que ustedes son... imagínese el lector lo peor que haya oído en plazas, presenciado en tabernas y aprendido en garitos.

Gritó, pateó, le arrojó la sortija a los pies y con ella todos los regalos que le había hecho antes. ¿Qué se había creído el tío silbante? ¿que ella era una tal y una cual? ¡Anda, que se había llevado buen chasco! Sortijitas a ella, ¿eh? Ya vería lo que lograba con sus alhajas... Romadonga aguantó a pie firme y con bastante calma el chubasco.