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Cirilo y Visita permanecieron mudos, estupefactos ante aquel extraño discurso. Deseo saber repitió al cabo de un instante, recalcando más las palabras , si en el curso que hasta ahora ha seguido nuestra amistad tienen ustedes algún motivo de queja contra .

En seguida, viéndolos a todos estupefactos, añadió: , mi hija, una pobre niña que vino al mundo hace quince años, sin grandes ceremonias y en un lecho mortuorio... He sido casado, amigos míos, y si algunos de vosotros no lo han sabido, es porque me han quedado de aquella corta unión impresiones tan dolorosas, que trato de olvidarlas.

Los guerrilleros parecían estupefactos; era imposible retroceder: por un lado había que saltar un muro del prado, y por el otro, era preciso trepar por la montaña. En su turbación, la pobre labradora cogió a Luisa por un brazo y gritó con voz alterada por el peligro: ¡Huyamos al bosque! Y quiso saltar por encima del trineo; pero sus pies no pudieron separarse de la paja.

Después de esta salida, me escapé del salón con la tranquilidad de un torbellino, dejando estupefactos a todos los que estaban en él. Me encerré en mi cuarto, y paseándome de largo a largo, renegué de mi ceguedad, y me di de coscorrones, siguiendo la costumbre de Petrilla, cuando se hallaba en algún aprieto.

Había, por ejemplo, en sus discursos una fuente hipervertical de la cual manaban rayos convergentes que nadie sabía qué mil diablos significaba ni de dónde la había traído, aunque la emplease como soberano recurso en las disquisiciones más profundas. Había también unas ínsulas metódicas y unas gravitaciones intermitentes que dejaban estupefactos é inquietos á sus oyentes.

Ante mis ojos estupefactos, don Hermenegildo se puso en cuatro patas. Entonces, Pedro Barquín, colono de la duquesa, hombre tosco y de aspecto soez, se colocó detrás del viejo magistrado, e introduciéndole el pie por la entrepierna, lo levantó en vilo y lo lanzó a regular distancia.

Recorría las calles con el tomo en la mano, entraba en las librerías y se enteraba de cuántos ejemplares se habían vendido, iba a los cafés y leía en alta voz algunos versos dejando estupefactos a los parroquianos, y en todas partes voceando y gesticulando dilataba la fama del poeta. Tristán agradecía aquella devoción; pero no lo bastante; hay que decirlo sin ambages.

También es verdad que les he facilitado el dinero que pude, pero no es exacto que haya ocultado solamente en casa de mi padre boinas y polainas; he ocultado también armas, fusiles con sus bayonetas y municiones. Los oficiales del Consejo quedaron estupefactos. El mismo general, a pesar de su temperamento colérico, permaneció algunos instantes suspenso ante la audacia de aquella niña.

¡Demonio! exclamaron estupefactos los tres. ¡Conque ha muerto! ¡Y hace una hora! ¡Qué fatal coincidencia! ¡Yo que iba ahora mismo a pedirte que nos acompañaras a almorzar!... No puede ser. Yo, lejos de almorzar con mis amigos, les invito a mi vez a que me acompañen mañana en el entierro de la que fue mi prometida. Y, despidiéndose de ellos, se alejó con rapidez.

Mientras tanto se presentan en el convento los dos mercaderes; fíjase la hora en que han de profesar; pero al aproximarse, se les aparecen el Demonio, el Mundo y la Carne, y les aconsejan que no renuncien tan locamente á los placeres terrenales. Antonio y Leandro se quedan estupefactos; hacen la señal de la cruz, ante cuyo signo huyen los fantasmas, y entran en el claustro.