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Actualizado: 2 de junio de 2025
Cuando estas ideas le sobrecogían, para vencerlas y olvidarlas se entregaba con furor al goce de lo presente, del poderío que tenía en la mano; devoraba su presa, la Vetusta levítica, como el león enjaulado los pedazos ruines de carne que el domador le arroja.
No lo sé... no lo sé... antes de anoche... antes de anoche no encontraba yo á su majestad en su cámara... la buscaba... de repente me dejan caer el candelero de la mano, y oí una voz ronca, una voz que no pude reconocer, y que me dijo, no he olvidado una de sus palabras, no he podido olvidarlas: si queréis que nadie sepa vuestros secretos, noble duquesa, guardad vos un profundo secreto acerca de lo que habéis visto y oído esta noche.
Nótase tambien que algunas veces se nos ofrecen estas representaciones, no obstante los esfuerzos de la voluntad por disiparlas y olvidarlas; algunas son tan tenaces, que triunfan por mucho tiempo de toda la resistencia del libre albedrío.
Usted tuvo a bien decirme que si alguna vez cualquier caballero, un hombre de corazón, me pidiese en matrimonio, no solamente no tendría que temer ninguna dificultad por parte de usted, sino que hasta podía contar con su más sincero concurso... Tales palabras, señora, son demasiado preciosas para que yo haya podido olvidarlas... ¿Tiene usted, tal vez, señora, la bondad de recordarlas?
En seguida, viéndolos a todos estupefactos, añadió: Sí, mi hija, una pobre niña que vino al mundo hace quince años, sin grandes ceremonias y en un lecho mortuorio... He sido casado, amigos míos, y si algunos de vosotros no lo han sabido, es porque me han quedado de aquella corta unión impresiones tan dolorosas, que trato de olvidarlas.
Para matarse había tenido que olvidarlas. ¡Y las había olvidado! ¡Su fe en Dios no era tan firme como parecía, puesto que la había dejado darse la muerte! ¡Se había matado pensando en una extraña, sin dejarle a él una palabra de despedida, arrojándolo en cambio al escepticismo de que había querido sacarlo!
El se muere por «plantarle una fresca al lucero del alba», como suele decir, y cuando tiene un resentimiento, se «lo espeta a uno cara a cara». Como tiene trocados todos los frenos, dice de los cumplimientos que ya sabe lo que quiere decir «cumplo y miento»; llama a la urbanidad hipocresía, y a la decencia monadas; a toda cosa buena le aplica un mal apodo; el lenguaje de la finura es para él poco más que griego; cree que toda la crianza está reducida a decir «Dios guarde a ustedes» al entrar en una sala, y añadir «con permiso de usted» cada vez que se mueve; a preguntar a cada uno por toda su familia, y a despedirse de todo el mundo; cosas todas que así se guardará él de olvidarlas como de tener pacto con los franceses.
Palabra del Dia
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