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De pronto se detuvo tía Pepa y, sonriendo, nos dijo: ¡Bonita figura! ¡La vieja siguiendo a los galanes! Angelina quiso desenlazar su brazo; pero yo no lo permití. Encontramos nuevos grupos que iban a toda prisa, sin duda para ganar puesto en la capilla. En una esquina topamos con unos «nacateros» que se dirigían al mercado, muy cargados con grandes piezas de carne sanguinolenta.

Todos traían cartas de recomendación de diferentes personajes caídos o por caer, levantados o por levantar, pidiendo con ellas, o bien alojamiento perpetuo, o bien prórroga para mudarse. La viuda de García Grande trájome una carga tan espantosa de tarjetas y cartas, que por no leerlas le permití que ocupara su cuarto todo el tiempo que quisiera. Yo sabía que Bringas deseaba salir inmediatamente.

Por eso le busco a usted, que es quien ha de convencerla. Yo no me atrevo..., las mujeres... En fin, usted, antes que tío es usted hombre de talento y comprenderá mi situación. Yo me permití galantearla, cortejarla, cuatro bromas: ¡como es tan guapa! No me hizo caso; total, nada, una niñería..., y es posible que ella tenga reparo de tratar conmigo.

Parece que todavía me guarda algún rencor porque me permití descubrir el escondrijo donde amontonaba, como la marmota, lo que iba robando. Estás prevenido contra él gruñe Martín; lo mismo que Gertrudis... Sois injustos, cruelmente injustos con él. Juan mueve alegremente la cabeza; y, señalando con el dedo una puerta que conduce a una habitación de madera, recién construida, pregunta. ¿Qué es eso?

Salí de la sala tan fastidiado que no permití que nadie me acompañara. En el «hall», mientras me ponía el gabán, que los dueños de casa se consultaban, estupefactos... Se irá porque tiene siempre la costumbre de jugar al billar después de comer decía la señora. Tal vez contestaba el señor. Pero más bien parece que le ha hecho mal la comida... Se ha indispuesto repentinamente.

El capitán se mostró tal como era, sereno y tranquilo. Llegamos al buque inglés; nos fueron interrogando a todos, y todos contamos, poco más o menos, la misma historia, con los mismos detalles, haciendo lo posible para evitar nuestra responsabilidad. Yo me permití abogar por el capitán y decir que era un hombre caído en desgracia, pero honrado y justo como pocos.

Vamos a ver, señor don Alejandro, y antes que se me olvide: yo, metiéndome quizá más adentro de lo que debiera, a una pregunta que me hicieron ayer ciertas comparientas de usted, me permití responder afirmativamente. Si no se explica usted más... Voy a ello: la hija, que, cuando habla de usted con sus amigas, le llama «mi tío Alejandro», y de Nieves «mi prima Nieves...» ¡Demonio!

En una pausa Fernanda alzó los ojos sonrientes hacia su ex-novio y le preguntó, no sin ruborizarse un poco: ¿A que no sabes por qué le han cortado el pelo a la niña? El conde la miró sin contestar. Ayer lo elogié yo mucho y me permití besarlo. Era la primera vez que Fernanda se daba por enterada de su secreto. Experimentó una fuerte sacudida. Sus mejillas se enrojecieron. Las de ella también.

Lo reclamaba con todas sus fuerzas. Como avaro, era una especialidad. Tenía un armario forrado, donde guardaba sus riquezas, y una porción de baúles pequeños de latón, reforzados con barras de hierro. Alguna vez me permití bromear acerca de sus tesoros, y él me dijo con gran sigilo: Que no te oigan. No vayan a creer que tengo mucho dinero y quieran asesinarme.

6 Y le dijo Dios en sueños: Yo también que con integridad de tu corazón has hecho esto; y yo también te detuve de pecar contra , y así no te permití que la tocases. 7 Ahora, pues, vuelve la mujer a su marido; porque es profeta, y orará por ti, y vivirás. Y si no la volvieres, sabe que de cierto morirás, con todo lo que fuere tuyo.