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Y como los perros transpiran muy poco, Yaguaí apreciaba cuanto es debido el viento evaporizador sobre la lengua danzante puesta a su paso. El termómetro alcanzaba en ese momento a 40°. Pero los fox-terriers de buena cuna son singularmente falaces en cuanto a promesas de quietud se refiera.

Alrededor del rancho, la tierra blanquizca del patio, deslumbraba por el sol a plomo, parecía deformarse en trémulo hervor, que adormecía los ojos parpadeantes de los fox-terriers. No ha aparecido más dijo Milk. Old, al oir aparecido, levantó las orejas sobre los ojos. Esta vez el cachorro, incitado por la evocación, se puso en pie y ladró, buscando a qué.

Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a poco, la pareja aumentó con la llegada de los otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior, partido por un coatí, dejaba ver dos dientes, e Isondú, de nombre indígena. Los cinco fox-terriers, tendidos y muertos de bienestar, durmieron.

Giraron la cabeza para ver si había entrado algún caballo en la chacra, y se doblaron de nuevo. Los fox-terriers volvieron al paso al rancho. El cachorro, erizado aún, se adelantaba y retrocedía con cortos trotes nerviosos, y supo de la experiencia de sus compañeros, que cuando una cosa va a morir, aparece antes. ¿Y cómo saben que ese que vimos no era el patrón? preguntó.