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El papú, supersticioso como todos sus compatriotas que creen en los genios del mar y de la noche, se guardó muy bien de tocar el papel. Al contrario, temiendo que fuera un poderoso maleficio, apresuróse a dar la orden de marcha. Convencido de que su hijo había sido muerto por los arfakis o por sus prisioneros, volvía a su aldea.

Soy un papú del Durga, hijo del jefe Uri-Utanate. ¡Del río Durga! exclamó el piloto . ¡Ah, qué suerte! ¿Está muy lejos tu aldea? A dos días de marcha. Y ¿por qué te has alejado de ella? Porque quería matar a Orango-Arfaki, jefe de los montañeses, enemigo de mi padre y de mi tribu. Y ha sido él quien ha estado a punto de matarte a ti. ¿Qué le estás diciendo? preguntó Cornelio. Os lo explicaré.

A poco, mientras él y Cornelio registraban entre la yerba, vieron al papú, que se había alejado para buscar las huellas del Capitán, volver corriendo, con la ansiedad pintada en el semblante. ¡Allí! gritó señalando al piloto el lindero de la gran selva. ¿Qué has visto? le preguntó Horn, que tuvo un momento de esperanza . ¿Hombres blancos, quizá? No; pero venid.

Los que están sentados al fuego son Alfuras o Arfakis montañeses del interior. En cuanto al prisionero, me parece un papú de la costa, en traje de guerra. ¿Irán a comérselo? Quizás, porque los arfakis son antropófagos y odian mortalmente a los papúes de la costa. ¿Y vamos a dejar que se coman a ese desgraciado?

Aunque ya no se oían los gritos de los arfakis, siguieron corriendo durante una hora, internándose cada vez más en la tenebrosa selva. Detuviéronse a descansar en medio de un matorral de plantas trepadoras. ¿Crees que nos seguirán tus enemigos? preguntó Horn al papú. Están amedrentados por las armas de fuego contestó el interpelado. ¿Y qué has hecho? ¿De dónde vienes? ¿Quién eres?

El papú pareció no haberle oído: había arrancado una flecha clavada en un tronco, y la miraba con atención. ¡Uri-Utanate! repitió el marino. Esta vez el salvaje le oyó, y se le acercó diciéndole: Yo conozco esta flecha. ¿La conoces? exclamó Van-Horn. ; y pertenece a los guerreros de mi tribu. ¿Estás seguro de no equivocarte? No me engaño.

El papú corrió por la terraza, y entró en la estancia donde se hallaban el Capitán, Hans y el chino. Avanzó hacia ellos, y con un gesto que no carecía de nobleza les dijo: ¡Sois libres, y huéspedes gratos del jefe Uri-Utanate! Pero ¿quiénes son éstos? le preguntó el jefe, que lo había seguido . ¿No son enemigos nuestros? No, padre.

Soy vuestro esclavo: os seguiré donde queráis. Nosotros no tenemos esclavos respondió Van-Horn : serás nuestro amigo. Síguenos. Partieron a la carrera precedidos por el papú, el cual les abría camino apartando con cuidado las ramas y los bejucos que podían molestar a sus salvadores.

Un viejo papú, de alta estatura, con la cabeza adornada de plumas de aves del paraíso, y liada a la cintura una banda de tela que le caía por delante, se acercó al Capitán y le dijo en lengua malaya: ¿Dónde está mi hijo? ¿Tu hijo? exclamó Van-Stael . ¡No quién es! Había venido aquí para matar al jefe de los arfakis. No lo he visto. ¡Mientes! gritó el papú . ¡ lo has matado!

Disponíanse a seguir este consejo, cuando vieron al papú esconderse de un salto en la yerba. ¿Qué ocurre?... ¿Llegan los arfakis? preguntó Cornelio, mirando en derredor suyo. No veo a nadie contestó el viejo. Pero en seguida se agachó bruscamente, haciendo señas a Cornelio de que le imitara, e indicándole, al mismo tiempo, que dirigiese la vista hacia lo alto de un árbol.