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Su argumento es sencillo. Farjolle, tahúr de profesión, se enamora de una planchadora llamada Emma, con quien se casa, y lo hace sin escrúpulos, seguro de que los celos retrospectivos no han de atormentarle. Farjolle que es pobre, ya no frecuenta los garitos, pero su espíritu de jugador continúa, esperanzado y alegre, aguardando «la suerte». Esta llega al fin.

La policía es muy vigilante y severa respecto de aquellos, quienes se ven obligados, cuando tienen la tentacion de jugar, á pasar la frontera y aprovecharse de la hospitalidad de los garitos espléndidos de Wiesbáden ú Homburgo. Pero ¿qué cosa es la sociedad que se reune en las ciudades de aguas?

Dios era la Suma Bondad y cuidaba de todos, particularmente de los villavejanos, entre los cuales no arraigarían nunca las malas ideas... Últimamente había caído allí una semillita de cizaña... cosa de nada; pero que, como todo lo malo, fructificaría si no se exterminaba a tiempo: el hijo de un tabernero mal aconsejado; un chilindrín presuntuoso, un tal Maravillas, que con el polvo de las aulas, o de los garitos, en la ropa, se había echado a predicar entre la gente menuda unas doctrinas endemoniadas, que corrían el peligro de tomar algún arraigo, por lo mismo que no eran entendidas ni del predicador ni de los oyentes.

Era un chico que tenía muy buenas relaciones; es verdad que su fortuna era poca, pues gran parte de la herencia de sus padres estaba ya enterrada en los garitos o entre las uñas de los usureros, pero esto no impedía que fuese un partido aceptable para las jóvenes de la clase media, que, colgadas de su brazo, podían entrar en un reducido círculo que ellas se imaginaban como el paraíso de la aristocracia.

Dejaba de asistir al taller con harta frecuencia, y se pasaba horas y más horas en el café del Sur. Por el afán de aumentar su peculio había contraído el vicio del juego, frecuentando innobles garitos, o agregándose a los nefandos círculos que al aire libre, en las puertas de los ventorros de extramuros funcionan. Su suerte era mala, se aturdía y perdía casi siempre.

Algunos se echaron fuera; mas no por eso se acalló el tumulto, y lo peor fue que aparecieron de súbito dos o tres personas que tomaron el partido del orador silbado contra el silbante pueblo. ¡Que ustedes son unos servilones, mata candelas! ¡Que ustedes son unos afrancesados! Que ustedes son... imagínese el lector lo peor que haya oído en plazas, presenciado en tabernas y aprendido en garitos.

En hay error; pero mala fe, jamás. La ligereza, ¿será hermana del crimen?... »He recurrido al juego y no he tenido suerte; se han conjurado contra hasta los abominables ganchos de los garitos. Es preciso acabar dignamente. Cada cosa que pierde el cimiento cae según su natural condición. Ayer te vio y quiso tirarte a la calle. Esta noche, y yo nos entenderemos.

El húmedo ambiente está henchido de perfumes, y óyese, como en la quietud de los campos, el concierto de los grillos y las ranas, sólo entrecortado por la voz de los serenos o los pasos de algún trasnochador que vuelve de los garitos. Poco a poco, soñolienta vislumbre enrojece en lo alto los cerros de San Cristóbal y Amancaes. Una brisa sutil y lánguida llega del mar.

De los príncipes alemanes, algunos viven á expensas de los viajeros, gracias á los pasaportes, las propinas que es preciso pagar por visitar innumerables palacios, museos y otros edificios curiosas; y otros no tienen escrúpulo en especular con los vicios y la vanidad, poniendo en arrendamiento grandes garitos europeos que, por ser suntuosos y hasta cierto punto aristocráticos, no dejan de ser garitos públicos.

Tan cierto, como ahora es de noche. Misia Casilda tomó a lo serio aquello y se asustó. ¡Vaya un bonito modo de pensar! Quién le metía a él en la Bolsa, sin experiencia y sin fondos, porque, sin duda, para comprar oro y comprar acciones, y jugar a la baja o a la alza, como él decía, se necesita tener con qué; lo mismo que en la ruleta de los garitos. El joven se rió.