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No se mostró todo lo suelto y airoso que fuera de desear, por lo cual tuvo que escuchar algunas carcajadas reprimidas; pero las llevó con paciencia, y a los pocos minutos ya no se fijaba en él nadie... nadie más que Maximina, que le decía en voz baja: «Levante V. más los brazos.» «No salte V. tantoConsejos todos muy oportunos, que el joven iba siguiendo al pie de la letra.

Pablito hacía frecuentes, excursiones a los corredores, donde, por rara casualidad, tropezaba casi siempre a Nieves y la hacía pagar derechos de peaje. A veces, sus carcajadas reprimidas llegaban hasta el cuarto de la enferma, y ésta sonreía con benevolencia diciendo a Cecilia: ¡Qué locos! Sin ocurrírsele, por supuesto, que su adorado hijo pudiera hacer otra cosa que jugar al escondite.

En las butacas á donde parece que temen bajar las señoras tan no se ve á ninguna reina un murmullo de voces, de risas reprimidas, entre nubes de humo... Discuten el mérito de las artistas, hablan de escándalos, si S. E. ha reñido con los frailes, si la presencia del General en semejante espectáculo es una provocacion ó sencillamente una curiosidad; otros no piensan en estas cosas, sino en cautivar las miradas de las señoras adoptando posturas más ó menos interesantes, más ó menos estatuarias, haciendo jugar los anillos de brillantes, sobre todo cuando se creen observados por insistentes gemelos; otros dirigen respetuosos saludos á tal señora ó señorita bajando la cabeza con mucha gravedad, mientras le susurran al vecino: ¡Qué ridícula es! ¡qué cargante!

La bronca en mi obsequio amenazaba ser mayúscula. Con todo, detrás de , los criados no cesaban de reír. El conde había vuelto la cabeza, dirigiéndoles una mirada severa; pero sus carcajadas reprimidas me humillaban más que las francas. ¿Qué tal los toros? les preguntó un cochero al cruzar a nuestro lado. ¡Finos, finos! Hay uno negro, zaino, de mucho cuidado.

Otros se mantenían en pie detrás del piano, esperando que un compás de silencio les diese tiempo para expresar por medio de exclamaciones reprimidas la admiración que rebosaba de su alma. Sólo muy pocos, bien quistos de la suerte, habían logrado que alguna señora refrenase con la mano, en obsequio suyo, el vuelo exuberante de sus faldas de seda y les hiciese un lugarcito a su lado.

Había discretos cuchicheos, familiaridades de café indicadas por un movimiento o un codazo, risas instantáneamente reprimidas, aires de inteligencia, puntas de puros arrojadas al suelo con marcialidad, brazos que se unían como en confidencia tácita.

Y aquella fugaz visión producía en el alma un dulce desasosiego, al cual, ni Villa con su adoración por la condesita, ni yo con mi entusiasmo por la hermana San Sulpicio, podíamos sustraernos. Compadre decía en voz alta para que lo oyesen las interesadas, no se puede pasar por aquí sin coraza. Algunas carcajadas reprimidas contestaban a este requiebro.

Aun esa parte de verdad, con ser tan poca, me salvaría.... Pero ahora, ¡todo es mentira! ¡todo es vanidad! ¡todo es muerte! Ester le dirigió una mirada, quiso hablar, pero vaciló. Sin embargo, al dar el ministro rienda suelta á sus emociones largo tiempo reprimidas, y con la vehemencia que lo hizo, sus palabras ofrecieron á Ester la oportunidad de decir aquello para lo cual le había buscado.

El dolor, no obstante, y la cólera por la inmerecida afrenta bañaron sus mejillas en más encendido carmín. Y bajando ella la vista, veló con los párpados y las rizadas y largas pestañas la luz de sus ojos, que dos mal reprimidas lágrimas humedecieron. Al terminar la función acertaron madre e hija a escabullirse sin ser notadas y a volver precipitadamente a su casa.

Reinaba, pues, silencio, aunque no podía evitarse el zumbido particular que origina la aglomeración de gente en un sitio, producido por el roce de los pies, el movimiento de los cuerpos, y sobre todo por las frases reprimidas que en tono de falsete dejaban caer los unos en los oídos de los otros.