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Lo cierto es que trataba a sus pretendientes con ostensible despego. ¡Qué esfuerzos hacía cada uno de ellos por aventajar a los otros en cortesía, donaire y gentileza! ¡Cuántos cartuchos de confites entregados con emoción y olvidados inmediatamente sobre la mesa! ¡Cuánto requiebro, cuánta galantería perdidos en el aire!

Daban en Madrid, por los fines de julio, las once de la noche en punto, hora menguada para las calles , y, por faltar la luna, juridición y término redondo de todo requiebro lechuzo y patarata de la muerte.

Y aquella fugaz visión producía en el alma un dulce desasosiego, al cual, ni Villa con su adoración por la condesita, ni yo con mi entusiasmo por la hermana San Sulpicio, podíamos sustraernos. Compadre decía en voz alta para que lo oyesen las interesadas, no se puede pasar por aquí sin coraza. Algunas carcajadas reprimidas contestaban a este requiebro.

Lo infinito queda apelmazado dentro de sus almas, y no se desarrolla nunca..... Pero toda la palmera está en el dátil y toda la encina en la bellota: así es que cuando, en un rato de baile, se dicen un requiebro ó se endilgan una copla, el madrigal tiene la fuerza de una bala. Y de aquí la densidad de sentimientos de los cantares pastoriles.

A cada requiebro, a cada proposición que don Andrés le hacía, Juanita contestaba con un chiste o con un tan incoherente disparate, que don Andrés, aunque mortificado y chafado, no podía tomarlo a mal y tenía que reírse. Juanita, al verse acompañada por don Andrés, apresuraba el paso, y en cuatro brincos se plantaba en la puerta de su casa. Don Andrés pugnaba entonces por entrar.

Y me puse a hacer el elogio de las extremeñas y a quejarme amargamente de lo desgarradas y burlonas que eran las sevillanas, todo por adularla. En esto de hablar a las mujeres con soltura había adelantado mucho desde que llegara a Sevilla. La verdad es que aquella chica merecía cualquier requiebro hiperbólico. Nunca vi un rostro de facciones más delicadas ni de ojos más claros y suaves.

Antonio, loco de entusiasmo, le arrojó el sombrero á los pies, gritando: ¿Dónde has nacido, Paca? ¡Qué ocurrencia! respondió riendo En la calle de la Verónica. ¡Falso! has nacido en la alcoba en que durmió María Santísima cuando pasó por Sanlúcar. Paca volvió á cantar respondiendo al requiebro: «¡Qué desgraciada nací, que en la pila del bautismo faltó la sal para

Ni nadie la consideraba de otro modo: si algún granuja de la calle le recordó que formaba parte de la mitad más bella del género humano, hízolo medio a cachetes, y ella rechazó a puñadas, cuando no a coces y mordiscos, el bárbaro requiebro. Cosas todas que no le quitaban el sueño ni el apetito.

¿Y qué más? ¡Nada más que pueda decirse con palabras!..... ¡Cuando Romeo y Julieta confunden pensamientos y suspiros, y se miran y callan, y tornan luego á su incoherente diálogo, y se repiten lo que ya saben, y se lo vuelven á decir, interrumpiendo el raciocinio con el requiebro, y pasando bruscamente de la pena á la alegría, de la queja al entusiasmo, de la confianza á la duda, de la gratitud á los celos, del «¡Cuánto me quieresal «¡Ya no me quieres!» y del «Te quiero, pero no quiero», al «¿Me querrás siempre como ahora?»; cuando sus labios balbucean este monótono, eterno poema del amor, mientras que sus almas están asomadas á sus ojos, mirándose tan intensamente como se miran la mar y el cielo, y confundiéndose como se confunden el silencio y la soledad que los aislan, hay que llamarse Shakespeare para ser taquígrafo de semejante escena!

Pero bárrese luego este nublado En llegando á ciudad que es populosa, Y allí le damos treguas al enfado. Y así vuesa merced, la mi Donosa, Tendrá mucho antes del tercero día Requiebro como el puño, en verso y prosa.