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Es un modo propio, personal, único, de entender e interpretar la mitología, donde hay algo análogo al sarcasmo y la burla, que pudiera ocurrírsele a un pintor pagano para expresar ridiculizándolo un episodio sagrado al cristianismo.

Sólo a la juventud del día puede ocurrírsele tener pretensiones de figurar en las listas de diputados murmuraba sotto voce don Pancho el tendero, asociándose al grupo de los descontentos.

Y entonces volvió a ocurrírsele que en aquel sentimentalismo de última hora debía de tener gran parte la copa de cognac, o lo que fuese.

Pablito hacía frecuentes, excursiones a los corredores, donde, por rara casualidad, tropezaba casi siempre a Nieves y la hacía pagar derechos de peaje. A veces, sus carcajadas reprimidas llegaban hasta el cuarto de la enferma, y ésta sonreía con benevolencia diciendo a Cecilia: ¡Qué locos! Sin ocurrírsele, por supuesto, que su adorado hijo pudiera hacer otra cosa que jugar al escondite.

Nuestra fiesta del Corpus vale poco, comparada con la de otros tiempos, y sin embargo, ¡cuántas economías hay que hacer en la Obrería para pagar los cuatro ochavos que cueste este extraordinario! Quedóse silencioso largo rato don Antolín, mirando fijamente a Luna, como si acabara de ocurrírsele una idea extraordinaria.

Ojeda rio de las palabras de Maltrana. Imagínese continuó éste el salto que hubiese dado el autor de Las Profecías, el amigo de Isaías y de Esdras, al ocurrírsele la idea de que podía existir un nuevo mundo desconocido por el Dios del Génesis, y cuyos habitantes no procedían de Adán y Eva, ni de la dispersión de los hijos de Noé.

La fuga, el sud expreso, el sleeping car, la ocultación en su propia casa, la vida errante por el extranjero con nombres supuestos... ¿Querría, tal vez, que provocara y matase a su marido? ¡Absurdo! ¿Habría pensado en un doble y romántico suicidio? Al ocurrírsele esto se acordó de cómo temblaba la pobrecilla cuando pasaron por el Viaducto de la calle de Segovia.

A Leto no dejaba de ocurrírsele algo también; pero temiendo que fueran majaderías, se limitó a glosar un poco las ocurrencias de Nieves; la cual, en una de éstas y por apretarle demasiado con los dientes mientras hablaba, cortó el rabillo del clavel. Leto le recogió del suelo tan pronto como cayó, y se lo quiso devolver a Nieves...

Se detuvo un momento, como si acabara de ocurrírsele una idea penosa. No crea usted que soy una de esas advenedizas hambrientas de goces y comodidades, por lo mismo que no los conocieron nunca. En ocurre lo contrario: necesito el lujo y el dinero para vivir porque me rodearon al nacer.

No me negará usted que ha sido una escena tiernísima. ¡Que manera de dar besos tiene esa señora!... Y el simpático mister tranquilo y dichoso, sin ocurrírsele que en uno de estos buques, en mitad del Océano, pueden suceder muchas cosas.