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Sentíame casi fatigado ya con la vida artificial que se lleva en Paris, donde todo es el resultado de una especie de convención tácita de la sociedad, donde la moda reina como soberana absoluta, y el corazon no encuentra su espontaneidad ni se siente á mismo sino cuando se encierra en el santuario de la familia, huyendo del bullicio fascinador de un mundo que se agita en interminable torbellino.

Demasiado sabía que un hombre de quien se han recibido tales favores hay que creerle siempre todo lo que dice, y que se contrae con él la obligación tácita de ser de su opinión en cualquier disputa, y de ponerse serio cuando él recomienda la seriedad. Allá en su interior pensaría Rubín lo que quisiese; pero de dientes afuera se mantuvo en el papel que le correspondía.

Pero a las pocas semanas de esta vida vertiginosa, en la que ganaba cinco mil pesetas por cada tarde de trabajo, Gallardo comenzaba a lamentarse como un niño lejos de su familia. ¡Ay, mi casa de Sevilla, tan fresca, y con la pobre Carmen que la tié como una tacita de plata! ¡Ay, los guisos de la mamita! ¡Tan ricos!...

Sentáronse un rato Baltasar y la Tribuna en el parapeto del camino, protegidos por el silencio que reinaba en torno, y animados por la complicidad tácita del ocaso, del paisaje, de la serenidad universal de las cosas, que los sepultaba en profundo caimiento de ánimo, que relajaba sus fibras infundiéndoles blanda pereza muy semejante a la indiferencia moral.

Salía de ella tan pronto como despertaba y abandonaba la ciudad, que le parecía una cárcel. Al campo; y en el campo la casa azul donde ella vivía. ¡Con qué impaciencia esperaba la llegada de la tarde, la hora en que por una tácita costumbre, que ninguno de los dos marcó, podía él entrar en el huerto y encontrarla en su banco bajo las palmeras!... No podía vivir así.

En torno de la sala están en cuclillas una docena de jefes, arrebujados en sus albornoces. Cada uno de ellos tiene junto a una gran pipa y una tacita de café en una fina huevera de filigrana.

Es un tío lila, ¿sabes?... Se ahoga el infeliz en una tacita de agua. De seguro que ha salido al campo para llorar más á gusto. ¡Para llorar!... ¿Por qué? Porque está celoso de ti. ¡Válgame Dios!... Parece mentira que un buen mozo tenga celos de este pobrecito viejo repuso Velázquez con mal disimulada jactancia. ¡Ya, ya! Es que se fía poco de mi gusto. ¿Tan echao á perder lo tienes?

Supongo les tendrán concedida tácita licencia, y los religiosos usarán de ella en las ocasiones que la necesiten, pues de otro modo no cómo podrán componerse con sus conciencias.

La Revolución había derribado, había robado; pero la Restauración, que no podía restituir, alentaba el espíritu que reedificaba y ya las Hermanitas de los Pobres tenían coronado el edificio de su propiedad, tacita de plata, que brillaba cerca del Espolón, al Oeste, no lejos de los palacios y chalets de la Colonia, o sea el barrio nuevo de americanos y comerciantes del reino.

¿Quiere usted que llamemos al médico, señorita? No, no... Esto no es nada... Hágame una tacita de tila. Ahora mismo. Cuando se quedaron solos, la beata volvió a mirarle larga y fijamente. Al cabo dijo con voz débil: Escuche usted, padre. ¿Qué desea usted, hija mía? respondió inclinando la cabeza hacia ella. Acérquese usted más... No puedo esforzar la voz. El P. Gil se inclinó todavía más.