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Casi al pensamiento de Melchor respondió el zaino avanzando, con su cabeza levantada como si explorase el horizonte; el malacara, por instinto, que no por resolución de su jinete, lo siguió; viendo el overo que sus compañeros se iban, no quiso quedarse solo y en un ex abrupto mortificante, salió al trotecito.

En ese momento se oyó la voz de Melchor que gritó desde su cuarto: ¡Baldomero!... Hágame ensillar el zaino. ¡Voy, don Melchor! contestó y como si no hubiera oído la orden se dirigió hacia el sitio en que Melchor estaba, pasándose las mangas de su blusa por los ojos. Que me haga ensillar el zaino, le dije. ¿Piensa salir con esta calor?

Si se ve clarito... y viene lindo, no más, el zaino. ¿No decía usted que es un mancarrón? Mancarrón, no, don Lorenzo... Como caballo es guapo; pero hay miles mejores... de más vista... y de más lindo andar. ¿Y por qué lo ha elegido Melchor? ¡Ahí tiene!... ¡vaya uno a saber! Para él no hay otro igual... bueno, que lo conoce. ¿

De esta suerte, a través del zaino y de Ricardo, Melchor gobernaba al malacara, convertido por discreta resolución de su jinete en la sombra del compañero de pesebre, cuyos movimientos seguía con absoluta libertad. Tu... caballo... ... que... es... bueno... dijo Lorenzo a quien el zangoloteo a que el suyo lo obligaba le impedía emitir más de tres sílabas seguidas.

Momentos después el caballerizo ensillaba al zaino sin que nadie más que él estuviera en la caballeriza, que parecía abandonada.

Al oír esto Melchor que se ponía el «panamá» mirándose en el espejo del ropero, dio vuelta rápidamente hacia Baldomero clavándole la vista como en un reproche y cuando parecía que iba a prorrumpir en una amenaza dijo como renunciando a ella y como para terminar con el diálogo: ¿Mandó ensillar el zaino? ...Voy... , señor... voy... ¡cómo... ha... de... ser!... contestó Baldomero alejándose.

Melchor, que montaba el «zaino» y que había bebido más de lo habitual por estimular a sus invitados, al oír a Bando, picó su caballo y poniéndosele al lado le dijo: ¡Avisa si querés que estrene este arreador! ¡!... usted está en su casa... y... ¿por qué hacen correr ese caballo por criollo, entonces?... Porque es criollo, ¿entendés «guacho»?

El zaino salió en su estilo habitual, marchando tras de Ricardo, que se había adelantado bastante, en «su» malacara; pero Melchor advirtió que Lorenzo permanecía en la caballeriza, y se detuvo a decirle en voz alta: ¿Continúa el interrogatorio? No... ché... ¿Y qué haces ahí?... ¡Ven! ¡Es que este caballo no anda!.... Castíguelo sin recelo, don Lorenzo le dijo Baldomero, es medio remolón al salir.

Bueno, voy a vestirme; ¿mandó ensillar? ¿En cuál va a ir?... ¿En el zaino?... No; hágame ensillar el Platero... con recado, ¡eh! repuso Melchor dirigiéndose a su dormitorio.

La mujer es enferma... llena de manías... suele pasar temporadas larguísimas sin salir de sus piezas. ¿Será neurasténica? ¡Qué yo!... lo que es que lo hace víctima de sus caprichos. ¡Pobre Baldomero!... y tan jovial siempre. En ese momento llegaron a una pequeña zanja de casi un metro de ancho, que Melchor propuso saltar, como lo hizo en su zaino, deteniéndose del otro lado.