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Parecíame ruido de faldas y pasos muy tenues. Aguardando un rato, al cabo distinguí una forma de mujer que salía al corredor por la puerta menos próxima al sitio donde yo me encontraba. Había allí un alto, pesado y negro ropero que proyectaba sombra muy oscura sobre sus costados, y junto a él me guarecí. Atisbé la figura que se acercaba, y al punto la reconocí. Era Inés.

Se compran muchas cosas sin pagarlas cuando se puede echar sobre el mostrador una tarjeta con un nombre conocido y una dirección elegante. Podéis amueblar vuestra casa, llenar vuestra bodega y proveer vuestro ropero sin que tengáis necesidad de enseñar el color de vuestros escudos. Pero hay mil gastos cotidianos que no se hacen más que con el dinero en la mano.

Un armario ropero de triple luna tenía las puertas entreabiertas, y de su seno de cedro se veían salir desordenados vestidos, rasos y granadinas, fayas y gros riquísimos, todo ajado y descolorido, todo en tal manera invadido por la muerte, que parecía próximo a caer; si se le tocaba, en menudas partículas como las flores de antaño.

Como en don Marcos todas las acciones se acoplaban con detalles de indumentaria, y creía imposible realizar un acto sin el uniforme correspondiente, recordó en seguida cierta levita olvidada mucho tiempo en su ropero, á la que él llamaba «la levita de los desafíos»; una prenda negra, de corte napoleónico y largos faldones, que sacaba á luz siempre que era padrino y le pertenecía por su carácter militar dirigir el combate.

Bajo impresiones tan embriagadoras, vestida con lo mejor que tenía, y su hija con lo más elegante de su bien provisto ropero, estuvo una semana haciendo visitas que siempre había desdeñado, y pagando otras que debía de muy atrás, sólo por buscar ocasiones de anunciar su salida para Madrid, adonde la llevaba el delicado cargo con que el país había honrado a su marido.

Después tomó una manta de viaje del ropero, se envolvió con ella, apagó la lámpara, hizo repetidas veces la señal de la cruz sobre la frente, sobre la boca y sobre el pecho, y se acostó en el suelo. El blanco lecho cubierto de seda y batista, tierno y perfumado y henchido de sensuales caricias, la estuvo reclamando en vano toda la noche.

Esto lo haría cualquier modista mejor que yo repuso Florentina riendo pero entonces no lo haría yo, señor papá; y precisamente quiero hacerlo yo misma. Después Florentina se quedó sola, no, no se quedó sola, porque en el testero principal de la alcoba, entre la cama y el ropero, había un sofá de forma antigua, y sobre el sofá dos mantas una sobre otra.

Pues mira: toma la llave, y abre mi ropero para que saques una cosa. Lleva la vela; yo te diré lo que quiero.... Angelina la obedeció. ¿No hay allí una cajita de laca, una cajita negra?... Pues, sácala. Abrela, aquí, delante de . En ella encontrarás un paquete de retratos. Angelina hizo lo que deseaba la tía Carmen. Era una colección de retratos de familia.

Tenía una consola con incrustaciones que perteneció al mismísimo Grimaldi, y un ropero traído de París por la de los Ursinos. En cuanto al taller que D. Francisco necesitaba, fácil le sería conseguir de Su Majestad que le cediera un local de los muchos que estaban inhabitados y vacíos en el piso tercero.

En el centro de este cuadrado se alzaba un ropero de madera sin barnizar atestado de sotanas, balandranes, manteos, sombreros de teja, bonetes, etc., etc., todo muy usado y sucio. En el rincón más oscuro apenas se veía la mesa de escribir cubierta con una bayeta que habría sido verde; actualmente las manchas de tinta, vino, leche y otros líquidos la habían puesto casi incolora.