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Se resigna e inclina la cabeza bajo el peso de las indiscretas razones que le asesta la inagotable elocuencia de la dueña de la casa, a no ser que el Marqués, molestado por el ruido, no la detenga con un ademán de su larga mano incolora: Querida amiga, nos gusta oír hablar a Lacante; permítenos escucharlo. La primera parte de la comida se consagró a la literatura.

Para terminar vamos á dar á conocer el análisis cuantitativo de las aguas de Tiui, hecho por el aventajado farmacéutico D.A. del Rosario. Caracteres físicos del agua. Turbia, inodora, incolora, casi insípida; por el reposo deposita un precipitado blanco ocráceo bastante abundante. Filtrado el líquido, precipita igualmente por la ebullición.

Otra vez lanzó Maltrana la misma exclamación incolora. Y huyendo los ojos, hizo un gesto evasivo.

En el agua parecen tener alguna consistencia; pero en la mano se reducen a una finísima membrana incolora. Una medusa que pese una arroba en el agua se reduce a unas dos onzas fuera de ese elemento. ¿Y dices, tío, que las hay más grandes aún? preguntó Cornelio. ¡Colosales!

Pertenecía a la excelente clase de pobres de espíritu, que lo son también de palabras. Concentraba en su tristeza incolora, sus uniformes recuerdos, sus pensamientos monótonos. Por esto solía decirle la tía María: «Es usted un bendito, hermano Gabriel; pero no parece que la sangre corre en sus venas, sino que se pasea.

En el centro de este cuadrado se alzaba un ropero de madera sin barnizar atestado de sotanas, balandranes, manteos, sombreros de teja, bonetes, etc., etc., todo muy usado y sucio. En el rincón más oscuro apenas se veía la mesa de escribir cubierta con una bayeta que habría sido verde; actualmente las manchas de tinta, vino, leche y otros líquidos la habían puesto casi incolora.

Y entre esta sociedad híbrida e incolora como la Memoria de un ministro, mi amigo don Benito, cuya acrisolada y noble honradez se confunde por el positivismo contemporáneo con el sueño de un iluso, solía de repente estallar con noble sarcasmo, sintiendo probablemente cuán estériles han sido las desgracias del pasado y cuán injustamente ha repartido el destino sus favores en el presente.

De estas veladas aún queda hoy algo, si bien de nota incolora, sin aquel sabor característico, pues ya no se ven allí ni los majos decidores, ni las majas desenvueltas, ni todos aquellos tipos sevillanos que con tanta exactitud retrataba don José Bécquer en sus acuarelas y lienzos.