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Tras esto, que duró muchos días y fue el pasto sabroso de todas las mujeres y de todos los hombres frívolos de la corte, llegó la hora suprema; y vuelta a empezar los pobres chicos con nuevos catálogos de indumentaria, de piropos inverosímiles y de sensiblerías y finezas cursis: que si la novia así o del otro modo; que si pálida, que si pensativa; que si, con sus cabellos rubios y sus atavíos blancos, parecía una joya de oro entre copos de nieve; que si el Patriarca, que si los padrinos, que si las amigas, que si quince duques, y veinte marqueses, y treinta condes, y no cuántos destitulados, de comitiva; y si la fila de coches llegaba desde tal a cual parte, y si hubo entre ellos uno de palacio con las correspondientes damas; y quien, en el momento crítico, «vertió lágrimas furtivas»; quien se desmayó, o quien parecía arrobada en el más dulce de los éxtasis... ¡Hasta del novio se dijo que era «un varón, honra, prez y esperanza de su preclaro linaje»!

Pasemos á la parte indumentaria. La dama de la alta sociedad y la acomodada de la clase media visten como determina mensualmente el figurín de París, ni más ni menos. Excusado es, por consiguiente, buscar nada local, nada típico en su traje..... En este punto, ver á una elegante madrileña es ver á una elegante granadina.

Conviene, además, para ver aquello con fruto y penetrar su hondo sentido, prescindir de refinamientos y de ideas de lujo y de exactitud indumentaria, adquiridas en ciudades más ricas y populosas. Sólo así, y reflexionándolo bien, se percibe lo sublime y lo bello de la verdad dogmática que bajo el velo del símbolo resplandece.

Eran dos charros, quieto decir, eran dos soberbios ejemplares de la más peregrina singularidad social é indumentaria de esta tierra.

Quizá fuera el traje de corte de alguna dama de las que acompañaron a María Luisa de Saboya cuando vino a desposarse con Felipe V. La señá Rafaela tenía la costumbre de ponerse las antigüedades de indumentaria femenina que venían a parar a su tienda. Era a la vez un prospecto y un goce para ella.

La gran carrera va a empezar. En el marcador aparece favorito «Vadarkblar». Existe un detalle que hace subir la cotización. Su dueño ha asistido siempre a las carreras con indumentaria democrática, de saco y sombrero flexible. Hoy ha venido de jaquet y galera, con el empaque elegante de quien está seguro de concentrar las miradas.

Con muchísimo gusto..... Pues andando. Ya que este capítulo ha comenzado en estilo familiar, y que son muchas las intimidades en él referidas, aprovecho la ocasión de deciros, para que nos entendamos mejor, que mis tres compañeros de viaje eran: un ex ministro de Hacienda, muy aficionado á las Bellas Artes y competentísimo en ellas y en otras muchas cosas; un ex diplomático y ex consejero de Estado, dado á la arqueología, á la numismática y á la indumentaria, el cual conoce por su nombre á todos los baratilleros del Rastro de Madrid, y uno de nuestros más afamados pintores, que ganó en la Exposición Nacional de hace algunos años el primer premio de Pintura de Historia.

No: era una prenda híbrida, un arreglo del ruso al español, un cubrepersona de corte no muy conforme con el usual patrón. Ello es que su pañuelo rojo, sus lágrimas acabadas de secar, su gabán raído y de muy difícil calificación en indumentaria, su agraciado rostro, su ademán de resignación, sus botas mayores que los pies y ya entradas en días, inspiraban lástima.

Juan del Laurel, estudiante de derecho nominalmente y por accidente, era de profesión «un joven de talento». Bastaba mirarlo para comprenderlo así, pues llevaba los signos de su profesión en su indumentaria y sus modales... El joven de talento era por entonces ¡más altas acciones lo esperaban! poeta decadente y modernista.

Su grave indumentaria y continente reservado presentaban un señalado contraste con la inquietud febril y emoción ruidosa de los demás pasajeros, y aun estoy convencido de que el mismo Master, graduado en Harvard, con su descuidado vestido y exuberante vitalidad, sus largos discursos acerca del desorden y del barbarismo y su boca llena de bizcochos y de queso, representaba un pobre papel al lado de este solitario calculador de suertes, con su pálida cara griega y su señoril comedimiento.