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Casi al pensamiento de Melchor respondió el zaino avanzando, con su cabeza levantada como si explorase el horizonte; el malacara, por instinto, que no por resolución de su jinete, lo siguió; viendo el overo que sus compañeros se iban, no quiso quedarse solo y en un ex abrupto mortificante, salió al trotecito.

Más allá, un viejo, de capote antes negro y ahora tornasol, cofrade de la Vela Perpétua, hermano de la Tercera Orden de San Francisco; el panadero de flamante azulada camisa, faja purpúrea, flecada de blanco, y sombrero a lo terne; unos rancheros, muy orondos con la calzonera de pana y el sombrero galoneado; unas lavanderas, que hacían ruido de huracán con sus enaguas tiesas; unos gachupincillos, vendedores de ropa o dependientes de «El Puerto de Vigo», inocentones, recién llegados, toscos de pies, mirando a todos con airecillo protector; una media docena de pisaverdes villaverdinos, jinetes en buenos caballos, y al fin, solo, en el overo acabado de comprar, el hijo del alcalde.

Efectivamente, ni el malacara de Ricardo, ni el overo de Lorenzo parecieron darse por entendidos de la carga que tenían, pues quedaron inmóviles en el mismo sitio, sin dar señales de vida.

Aquí está su overo, don Lorenzo, quítele lo desparejo... ¿Es un poco chico, no? ¿Cuándo ha visto licor en jarro de agua?... ¡Lo he visto en botellas! ¡Pero no en pipas! Si vamos a eso. ¡Este es un caballito... mire!... ¡qué usted verá!... ¿Y aquél?

Echamos suerte entre doce señalados por él, y cúpome a . Avisé a mis padres que me buscasen galas. Llegó el día, y salí en un caballo ético y mustio; el cual, más de manco que de bien criado, iba haciendo reverencias. Las ancas eran de mona, muy sin cola; el pescuezo, de camello y más largo; la cara no tenía sino un ojo, aunque overo.

¡Quién dice que juega al «ruano»? ¡No crean!... ¡el «malacara» de este hombre es muy ligero!... ¡«pal» pasto!... Si cuando corre el «overo» de don Lucas uno no sabe, por lo ligero que va, ¡si es que recula!

En eso apareció Ricardo y preguntó: ¿Saldremos en los mismos caballos del otro día, no? Menos don Lorenzo que me decía que quería un caballo más grande que el overo. ¿Cuál le han ensillado, Baldomero? El tostado, don Melchor; es el más grande que hay... Grande y manso, le pedí; ¡no vaya a darme un potro! ¿Potro, dice, don Lorenzo?... Mire: ¡cuando ese caballo era potro usted no había nacido!...

Sujeta, si te incomoda el trote. Obedeció Lorenzo tan estrictamente, que el overo se paró. ¿Qué te pasa?... ¿Por qué te paras?... «

La carrera debía ser largada por Lorenzo, teniendo por juez de raya al comisario Maidagan, pero aquél no sospechó la laboriosa operación en que se había comprometido, pues cada vez que calculó poder bajar la señal de la partida debió desistir, porque el «overo» hacía punta, o el «ruano» se quedaba atrás, o el «rosillo» se anticipaba, o el «malacara» se volvía, o el «gateao» permanecía firme en la raya.

Está ahí mi caballo overo en San Filipe, y es desbocado en la carrera y trotón. Dije cómo yo le corría y hacía parar; dijeron que allí estaba uno en que no lo haría, y era éste de este licenciado. Quise probarlo. No se puede creer qué duro es de caderas, y con mala silla fue milagro no matarme. - fue -dijo don Diego-; y con todo parece que se siente V. Md. de esa pierna.