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Yo me estaba hablando con el repostero, y los otros dos, que eran sus amigos, estaban en gran conversación con él. Preguntóles, según se echó de ver después, mi nombre, y ellos dijeron: -Don Filipe Tristán, un caballero muy honrado y rico. Veíale yo santiguarse.

Está ahí mi caballo overo en San Filipe, y es desbocado en la carrera y trotón. Dije cómo yo le corría y hacía parar; dijeron que allí estaba uno en que no lo haría, y era éste de este licenciado. Quise probarlo. No se puede creer qué duro es de caderas, y con mala silla fue milagro no matarme. - fue -dijo don Diego-; y con todo parece que se siente V. Md. de esa pierna.

Llevaba toda la pretina llena de papeles como memoriales, y desabotonados seis botones de la ropilla, y asomados unos papeles. Llegué, y ya estaban allá las dichas y los caballeros y todo. Recibiéronme ellas con mucho amor y ellos llamándome de vos, en señal de familiaridad. Había dicho que me llamaba don Filipe Tristán, y en todo el día había otra cosa sino don Filipe acá y don Filipe allá.

Esto he dicho para que se me tenga lástima de ver a las manos que vine y se ponderen mejor las razones que me dijo; y empezó por estas palabras, que siempre hablaba por refranes: -De donde sacan y no pon, hijo don Filipe, presto llegan al hondón; de tales polvos, tales lodos; de tales bodas, tales tortas. Yo no te entiendo, ni tu manera de vivir.

Entonces las viejas, tía y madre, dijeron que cómo era posible que a un caballero tan principal se pareciese un pícaro tan bajo como aquél. Y porque no sospechase nada de ellas, dijo la una: -Yo le conozco muy bien al señor don Filipe, que es el que nos hospedó por orden de mi marido, que fue gran amigo suyo, en Ocaña.

Preguntólas que qué era la merienda y el estar conmigo, y la madre y tía dijeron cómo yo era un mayorazgo de tantos ducados de renta y que me quería casar con Anica; que se informase y vería si era cosa, no sólo acertada, sino de mucha honra para todo su linaje. En esto pasaron el camino hasta su casa, que era en la calle del Arenal a San Filipe.

Concertáronse, y en entrando en la calle, topáronme, y disimularon de suerte los tres que jamás pensé que eran tan amigos míos como entonces. Estuvímonos en conversación tratando de lo que sería bien hacer a la noche, hasta el avemaría. Entonces despidiéndose los dos, echaron hacia abajo, y yo y don Diego quedamos solos y echamos a San Filipe.

Llegando a la entrada de la calle de la Paz, dijo don Diego: -Por vida de don Filipe, que troquemos capas, que me importa pasar por aquí y que no me conozcan. -Sea en buen hora -dije yo. Tomé la suya inocentemente y dile la mía. Ofrecíle mi persona para hacerle espaldas, mas él, que tenía trazado el deshacerme las mías, dijo que le importaba ir solo, que me fuese.

En unas vistas que tuvo con el Rey de Francia Filipe su cuñado, entrevino Cárlos hijo del Rey de Nápoles, y deseando el Rey de Francia que fuesen amigos y se hablasen, siempre Don Pedro se escusó, y mostró en el semblante el pesar y el disgusto que tenia en el corazon, de que todos quedaron mal satisfechos y desabridos, y sin duda entónces Cárlos se previniera y armara, si creyera que las fuerzas del Rey de Aragon fueran iguales á su ánimo y pensamiento.

Pues andar a pie pareciera mal y más entonces, fuime a San Filipe y topéme con una lacayo de un letrado, que tenía un caballo y le aguardaba, que se había acabado de apear a oír misa. Metíle cuatro reales en la mano, porque mientras su amo estaba en la iglesia me dejase dar dos vueltas en el caballo por la calle del Arenal, que era la de mi señora.