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La «partida grande» era un grupo de vendedores de voz de trompeta, que sabían sacarse del magín atractivos pregones: la aristocracia del oficio, ocupada únicamente en lanzar periódicos nuevos y ofrecer libros faltos de compradores, con enorme rebaja... El señor Manolo, después de larga reflexión, informaba a sus amigos sobre el paradero de la tal partida.

El joven de Pleyel no se cansaba de oir la nueva lengua en que se expresaban los vendedores de los puestos ambulantes y los grupos de gentes del pueblo. ¿Pero has oído en tu vida cosa semejante? preguntaba á su compañero. Lo raro es que no se les haya ocurrido aprender el inglés y hablar como Dios manda, ahora que su tierra pertenece á la corona de Inglaterra.

¡Qué placer tan intenso experimentó aquel grupo de muchachos reunidos en el cuarto aguardillado, cuando el mozo de la imprenta depositó en el suelo un fardo de Abejas! Fui comisionado para ir en busca de vendedores. En menos de una hora reuní treinta o cuarenta chicos en el portal de la casa; pero se negaron resueltamente a dar un cuarto por el nuevo periódico.

Y el joven la vio cómo se abría paso entre el gentío, seguida de las dos campesinas; como se detenía ante los puestos, acogida por una sonrisa amable de los vendedores cual parroquiana que no regateaba jamás; cómo se interrumpía en sus compras para acariciar los niños sucios y aulladores que las pobres mujeres llevaban al brazo, sacando de su cesta las mejores frutas para dárselas.

No había arte en el mundo que pudiese embellecer su horripilante mascarón. Una noche, al pasar por la Puerta del Sol, fijáronse los dos en los gritos de los vendedores de periódicos. Pregonaban «la horrible catástrofe» ocurrida aquella mañana, con incalculable número de muertos y heridos.

Sobre el zumbido confuso y monótono que producían los miles de conversaciones sostenidas a la vez en toda la plaza, destacábanse los gritos de los vendedores sin puesto fijo, agudos y rechinantes unos, como chillido de pájaro pedigüeño, graves y foscos otros, como si ofreciesen la mercancía con mal humor.

Frente á la abadía de San Andrés se abría una gran plaza que á la llegada de nuestros caballeros estaba ocupada por multitud de gentes del pueblo atraídas por la curiosidad, soldados, religiosos, pajes y vendedores ambulantes.

Toda esa gente me pareció formar una raza enérgica, de excelentes instintos y capaz de ser un pueblo estimable y progresista con solo darle el impulso de la educacion, la industria y las buenas instituciones. Y la turba de vendedores dispersa sobre la barranca del puerto á la sombra de algunos árboles, no era menos simpática y curiosa.

Por las puertas de las freidurías de pescado se escapaba el tufillo suculento del aceite. En el centro de la calle estacionábanse los vendedores ambulantes pregonando dulces y bebidas.

Las tres damas estaban con los moños al aire, hablando a un tiempo en alta voz, con ese desparpajo y esa independencia de modales que caracterizan a los vendedores ambulantes que viven siempre al aire libre, y tienen la voz hecha a la gritería de los pregones. Segunda Izquierdo era una mujer corpulenta y con la cara arrebatada, el pelo entrecano.