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Actualizado: 22 de junio de 2025
Ya estaba agotado el artículo de verduras; ahora a otra cosa. Y atravesando el arroyo, pasaron a la acera de enfrente, a la del Principal, donde estaban los vendedores del casquijo, ¡Vaya un estrépito de mil diablos! Bien se conocía la proximidad de las escalerillas de San Juan, con sus lóbregas cuevas, abrigo de los ruidosos hojalateros.
Los productos de aguja de las isleñas canarias mezclábanse con la pacotilla chillona venida de Asia. Vendedores andaluces o indostánicos gesticulaban entre los grupos de pasajeros, alabando sus mercaderías con sonora hipérbole española o con un balbuceo mezcla de todas las lenguas.
Se detuvo ante los puestos de los ostricarios, examinando las valvas de concha-perla alineadas en los estantes, sobre los cestos de ostras de Fusaro; las enormes caracolas, cadáveres huecos, en cuya garganta mugía, según los vendedores, como un recuerdo, el lejano zumbido del mar.
Por la acera, las gentes andaban de prisa, no como personas que se pasean y a quienes la hora poco importa; cada cual con rumbo fijo, al grano de sus negocios, contando los pasos y los minutos. Y sobre todo aquel rumor de océano encrespado, resonaba el grito de los vendedores ambulantes y el toque de corneta del tranvía, que parecía la llamada pavorosa del juicio final.
¿Y soportas, además de la miseria, la vergüenza, tanta humillación, deber a todo el mundo, no pagar a nadie, vivir de mil enredos, trampas y embustes, no encontrar quien te fíe valor de dos reales, vernos perseguidos de tenderos y vendedores?
Reposaban los ojos en el espectáculo de las admirables instalaciones de frutas verdes que los vendedores procuraban presentar con una limpieza inglesa. El uno frotaba las ciruelas contra su manga para sacarlas lustre; el otro cepillaba con un cepillito de sombrero el terciopelo rosado de los melocotones.
No hablo, por cierto, de las maravillas de la electricidad, de la fotografía, de la imprenta e de la medicina, que eran cosas abstractas para mí en ese tiempo: hablo de los carros, de los carruajes, de los vendedores ambulantes, del adoquinado, del agua corriente, que no podía comprender cómo manaba de una pared con sólo dar vuelta a una llave; del gas, que me producía verdadero delirio cada vez que pensaba en él; de las casas de vistas , de las vidrieras lujosas, del sombrero, de la ropa y hasta del modo de reír y conversar de las gentes.
El chauffeur necesitaba dos ayudantes para atender á este rebaño de mastodontes. Pero el dueño sólo hacía memoria de la habilidad con que creía haber engañado á los vendedores, ansiosos de perder de vista tales monumentos. A los hijos les recomendaba modestia y economía. Somos menos ricos de lo que ustedes creen. Tenemos muchos bienes, pero producen renta escasa.
Las calles están plagadas de vendedores de frutas, y raro es el yanqui que al pasar no compra un par de bananas, que pela bravamente con los dientes y engulle sin disminuir su paso gimnástico.
En el castillo de proa algunos marineros empezaban los preparativos para levar el ancla. Oficiales y contramaestres recorrían la cubierta empujando a los vendedores haciéndoles cerrar a toda prisa sus fardos, cortando bruscamente la tenacidad de los últimos regateos. Deslizábanse los paquetes colgando de cuerdas desde las bordas a los botes que cabeceaban en torno de la escala.
Palabra del Dia
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