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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Pero cuando vio la maniobra de El Gavilán, cuya marcha era aún acelerada por los largos remos, no le quedó duda alguna y comprendió que se trataba de un corsario. Huir era imposible. A la débil brisa que soplaba por ráfagas, había sucedido una calma chicha, y los remos del pirata le daban una ventaja de marcha positiva.
Después se levanta con desesperación y principia otra vez la caminata insegura á través de las nubes de cristales que el viento le arroja á la cara. Las ráfagas acercan y aproximan el horizonte alternativamente.
El sol acaba de ponerse, y brilla el Occidente á las últimas ráfagas del astro del dia, sin embargo de que ya se insinúan las primeras sombras de la noche, formando esa atmósfera vaga é indecisa, medio brillante y medio turbia, en que no sabemos si miramos luces ó sombras. Pero yo habia logrado mi objeto.
Cabía temer que también pasaran estas ráfagas consoladoras, como había pasado el huracán de antes, y yo lo temí seriamente; pero iban corriendo los días, y lejos de pasar con ellos, cada vez se dejaban sentir más halagüeñas y me traían nuevas fragancias.
En torno de su vientre se obscurecían las aguas con una nube negra que subía de la profundidad. Las espumas levantadas por las hélices tenían en su hervor manchas de detritus. Un viento a ráfagas, más violento que el del Océano, pasaba sobre esta superficie, levantando un oleaje encontrado que chocaba imponente en los flancos de la nave, sin producir en ella la menor conmoción.
Había rendido mujeres sosas de las que caen sin lucha ni gracia, como fardos abandonados a su propio peso; señoritas imbéciles, tocadas de fría sensualidad; mozuelas que ceden por cálculo y se equivocan en la cuenta; casadas de las que se visten con gajes del adulterio; viudas aventureras, semejantes a los aros de circo con el papel ya roto, en que no deja señal un salto más o menos; pecadoras por hambre, que soportan los besos haciendo números de desempeños y deudas; lascivas por codicia que ponen el cuerpo a interés compuesto; y también disfrutó alguna de esas mujeres inocentemente viciosas, alocadas, que se entregan sin pensarlo, y a quienes se goza de improviso cortando la monotonía de la vida, como esas ráfagas de aire fresco que interrumpen de pronto el bochorno asfixiante de un día abrasador.
En efecto, el mar y el cielo de Málaga hacen pensar á cada instante en África, cuya atmósfera, bañando con sus ráfagas ardientes las costas españolas, es como un vínculo de unión entre esos dos semi-continentes que se saludan desde lo alto de sus montañas rocallosas por encima del Mediterráneo.
Al anochecer entró el viento por SO á ráfagas muy fuerte con granizo, y mandé izar un farol al tope mayor, para que le sirviese de guia á la chalupa. A las seis llegó la chalupa á bordo, con la noticia de haber hallado cerca de la Punta de los Lobos 5 brazas de agua. A las ocho de la mañana zarpé las anclas, y me hice á la vela para la Punta de los Lobos.
Era un día de otoño muy melancólico; el cielo estaba obscuro; lloviznaba; los cuervos pasaban graznando por el aire. Los árboles se despojaban de sus hojas rojizas y amarillas, cubriendo el campo con ellas; las ráfagas de viento las llevaban de acá para allá por el camino; había un olor otoñal de hierba marchita, de helecho mojado y de hojas húmedas.
Pero él, por supuesto, fue a tomar café y a paseo. Ana se quedó sola. Desde el balcón abierto de su tocador se oía la música lejana del Paseo Grande donde se celebraba el carnaval. Aquella música confusa, que parecía ráfagas intermitentes, le llenó el alma de tristeza. Pensó en Mesía, el tentador, y pensó en el Magistral enamorado, celoso... indefenso.
Palabra del Dia
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