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Actualizado: 17 de mayo de 2025
Y si el alma humana en las situaciones de gran tribulación se ve siempre sacudida por ráfagas de inexplicable alegría, que más bien parecen protesta aislada de algún nervio rebelde contra el dolor, en Isidora había un motivo para que aquellas ráfagas de alegría fueran algo más duraderas y eficaces, porque la prisión, con ser tan odiosa, había venido a librarla de otra esclavitud atrozmente repulsiva.
Embelecos nerviosos y ráfagas de histerismo, afecciones de que Juliana se había reído más de una vez, atribuyéndolas a remilgos de mujeres mimosas y a trastornos imaginarios, que, según ella, curaban los maridos con jarabe de fresno.
Además, era una alegría; un buen día de sol; ráfagas de aire fresco embalsamado; el alma virtuosa se convertía en una pajarera donde gorjeaban alegres los dones del Espíritu Santo animando el corazón en las tristezas de la vida. Aquella melancolía de que ella se quejaba, era nostalgia de la virtud a que llegaría, y por la que suspiraba su espíritu como por su patria.
El viento venía en ráfagas violentas, haciendo un ruido como si se hubieran desencadenado todas las furias del Averno. Pasé la noche de una manera horrible; helado, extenuado. A veces sentía el temor de deslizarme.
El mejor sitio para ancorar las naves, que hubieran de ancorar aquí, es al oeste de la isla de Pinguinas, al abrigo de la isla de Olivares; y si hubiere una ó dos naves, se pueden meter entre la isla de los Pájaros y la tierra firme. Aunque hay en este puerto algunas ráfagas de viento fuerte, que se cuela por medio de los cerros, no incomoda las naves, ni levanta marejada.
No matarás. Mand. de la ley de Dios. Mientras que el bravo Massareo destruía una de las tartanas, la otra salía del canal de la Torre, y navegaba con habilidad a pesar de las ráfagas del levante, cuya violencia disminuía, sin embargo, sensiblemente. No había nada en el mundo más resplandeciente que la pequeña cámara de aquel buque, en la cual dos invitados estaban comiendo.
El húmedo viento de otoño pasaba por delante de la casa en cortas ráfagas, y hacía estragos en las cimas medio deshojadas de los álamos que se inclinaban con un crujido los unos sobre los otros. Ni una sola estrella en el cielo; sin embargo, una luz incierta permitía distinguir las nubes más obscuras, que pasaban, arrastradas en rápida carrera, desgarradas en jirones.
La música dominaba a intervalos el rumor de las conversaciones; la atmósfera se iba cargando hasta hacerse enojosa; la temperatura aumentaba por momentos; el abrasado ambiente de la sala parecía luchar con el fresco que penetraba del jardín por los anchos balcones en suaves ráfagas, y entre aquel mar de luz o torbellino de colores, se percibía el olor extraño que formaban los aromas de las flores, los perfumes de tocador y el calor de los sudorosos cuerpos.
Esa antiquísima torre, muy anterior a la era cristiana, enlazada con tantos recuerdos heroicos, colocada allí entre las variadas banderas de los buques, las ráfagas de humo de los vapores, los paseos construidos ayer y las flores nacidas hoy, con sus cimientos, que cuentan los siglos por décadas, es como la clava de Hércules lanzada en medio de los juguetes de los niños.
Entretanto las sombras de los árboles dieron poco a poco la vuelta hasta ganar el camino, y sus troncos cerraban ya el césped de la libre pradera entre paralelos gigantescos de negro y amarillo, y algunas ráfagas de polvo rojizo, levantadas al paso de los caballos de tiro, se dispersaban en dorada lluvia sobre el hombre acostado.
Palabra del Dia
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