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Actualizado: 28 de julio de 2025


Ya se había aclarado toda la cara macilenta del enfermo con esta placentera memoria cuando Carmen gritó sobresaltada desde el jardín: ¡Padrino, la nétigua; espántala! Y un ave de blando volar, de uñas corvas y corvo pico, se sostuvo, retadora, un instante en el vano del balcón, agitando sus plumas remeras y graznando con lúgubre tono.

Volvió el ave a aletear a la par del alero, graznando agresiva, cuando abriendo la puerta del salón anunciaron: Doña Rebeca. Carmen imploró. Viene a buscarme; ¡no me dejes, por Dios, no me dejes! El de Luzmela había doblado la cabeza sobre el hombro de la niña, y sus brazos se iban aflojando en torno al cuerpo grácil de la criatura.

Ella se sintió sin fuerzas para escalar aquello; no distinguía senda alguna, ni había allí nada que indicase el paso de seres humanos. No se oía voz alguna, sino de tiempo en tiempo, y resonando muy lejos, gritos de mujeres. Los gritos resonaban como si una bandada de aves, con palabra humana, se cerniera graznando en lo más alto del cielo. De repente oyóse una voz infantil que venía de abajo.

El cielo parecía haber descendido, tocando las crestas de las montañas, devorándolas en su seno oscuro, como si las decapitase. Pasaban a bandadas con el pavor de la fuga, graznando estridentemente, los pájaros de presa. ¡Camará!... ¡la que se nos viene encima! exclamó Zarandilla, que ya no veía nada, como si para él hubiese cerrado la noche.

Los franceses tienen alguna disculpa, ya que puede decirse que al tratar así a los gansos, se vengan de ellos, porque graznando, dieron la voz de alarma e impidieron a los galos que se apoderasen del Capitolio: pero los romanos, a quienes los gansos salvaron, no tuvieron perdón de Dios, cuando mucho antes que los franceses martirizaron a los gansos para hacer el jecur anseris, que hoy llamamos foie gras.

Cisnes, patos y ánades bogaban, aquéllos con su acostumbrada fantástica suavidad, balanceando el largo cuello, éstos graznando desapaciblemente, todos con rumbo a la orilla apenas Lucía y Pilar se acercaban, en demanda de mendrugos de pan, que engullían atragantándose y alzando al aire la cola . La isleta y el pino que en ella crecía lanzaban a la superficie del estanque misteriosa sombra.

Graznando lúgubremente, bajaron los buitres y demás aves que tienen su festín en los campos de batalla; la lluvia encharcó el piso, amasando lechos de fango y sangre para los pobres difuntos, y el frío remató á los heridos que esperaban escapar á la muerte. ¡Tremenda noche! Volviendo de su letargo, pudo observar la pluma que cuanto había visto no era alucinación, sino realidad clarísima.

Era un día de otoño muy melancólico; el cielo estaba obscuro; lloviznaba; los cuervos pasaban graznando por el aire. Los árboles se despojaban de sus hojas rojizas y amarillas, cubriendo el campo con ellas; las ráfagas de viento las llevaban de acá para allá por el camino; había un olor otoñal de hierba marchita, de helecho mojado y de hojas húmedas.

Cuando iban cerca de tierra y pasaban rozando por encima de zarzales y plantas espinosas, creeríase que todas las púas se erizaban como garras para cogerla, y al volar por encima de un charco, los gansos de la orilla volvían de medio lado la cabeza mirándola, y con la esperanza de verla caer, corrían graznando tras ellaSúbeme, amiguito-gritaba-, para no oír a estos bárbaros».

A medida que el cazador avanzaba, aumentaba el número de rebaños; y no eran solamente rebaños de ganado los que huían, unos mugiendo, otros berreando, sino también bandadas de ocas que se extendían hasta perderse de vista, gritando, graznando, arrastrando sus buches a lo largo del camino, con las alas abiertas y las patas medio heladas; ¡daba pena verlas!

Palabra del Dia

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