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Al caer Napoleón, recogió en el Congreso de Viena la hegemonía continental, y se batirá por conservarla. Pero ¿qué vale su energía?... Como dice nuestro Bernhardi, el pueblo inglés es un pueblo de rentistas y de sportsmen. Su ejército está formado con los detritus de la nación. El país carece de espíritu militar.

En la superficie de la tierra se halla la chuca, que no es más que detritus inútiles. Debajo de la chuca está la costra, una masa más dura y más antigua, pero de muy poco valor. Después sigue el caliche, el verdadero nitrato de sodio, y al fin el estrato de roca, que se llama gova. Para obtener el nitrato se hace un barreno, en el que se mete dinamita u otro poderoso explosivo, y se le vuela.

A menudo se juntaban ambas mesas, la de abajo y la de arriba, y se discutía, y se reía y se contaban cuentos subidos de color, y se despellejaba a azadonazos porque no cabe nombrar el escalpelo a Trampeta y a los de su bando, removiendo entre risotadas, cigarros e interjecciones, el inmenso detritus de trampas mayores y menores en que descansaba la fortuna del secretario de Cebre.

Es un río americano que corre tumultuoso, arrastrando troncos, detritus, arenas y peñascos...». En fin, largo sería seguir al autor en estos retratos, género literario en que evidentemente descuella. Me he detenido en este punto, porque parece que ahí se revela una nueva faz del talento del señor Cané.

Sin el continuado cambio de las aguas que se efectúa por medio de las corrientes en las profundidades del mar, en muchos sitios cubriríase de sales y de detritus. Sucedería como en el mar Muerto, que, careciendo de desagüe y de movimiento, ve sus orillas cubiertas de sal y sus plantas incrustadas de cristalizaciones.

El Mediterráneo le inspiraba desprecio, con sus puertos como Alejandría y Nápoles, verdaderos pudrideros de todo el detritus de Europa. «Desde Gibraltar a Suez decía , ladrones a la derecha y a la izquierda. Antes robaban en el mar, y ahora esperan en los puertosSu amistad con Sánchez Morueta, que databa de la infancia, le había proporcionado un retiro en tierra.

La riqueza vegetal de aquellas costas, bañadas por un sol de fuego que hace fomentar los infinitos detritus de los bosques, la abundancia de frutas tropicales, a las que el estómago del hombre de Occidente no está habituado, los cambios rápidos de la temperatura, la falta forzosa de precaución, la sed inextinguible que origina transpiración de la que aquel que vive en regiones templadas no tiene idea, la imprudencia natural al extranjero, son otros tantos elementos de probabilidad de caer bajo las terribles fiebres palúdicas de las orillas del Magdalena.

La marinería era completamente patibularia; quitando los vascos, que iban al lado del capitán por codicia, campesinos en su mayoría, y otros dos o tres, los demás eran una colección de borrachos, de ladrones, de presidiarios, lo peor de lo peor, el detritus de los puertos de las cinco partes del mundo. Los vascos, no. Estos eran casi buenas personas.

En torno de su vientre se obscurecían las aguas con una nube negra que subía de la profundidad. Las espumas levantadas por las hélices tenían en su hervor manchas de detritus. Un viento a ráfagas, más violento que el del Océano, pasaba sobre esta superficie, levantando un oleaje encontrado que chocaba imponente en los flancos de la nave, sin producir en ella la menor conmoción.

Es que cruzamos frente a la desembocadura del Magdalena, que viene arrastrando arenas, troncos, hojas, detritus de toda especie, durante centenares de leguas y que se precipita al Océano con vehemencia. Henos al fin en el pequeño desembarcadero de Salgar, donde debemos tomar tierra. No hay más que cuatro o seis casas, entro ellas la estación del ferrocarril que debe conducirnos a Barranquilla.