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Allí la naturaleza desplega cuadros tranquilos y admirables: allí tiene grandes escenas que copiar el pintor, allí tiene consoladoras reflexiones que recojer el estadista: en marcha. La bellísima estacion del camino de hierro de Estrasburgo, de la cual he hecho ya mencion, fué mi punto de partida.

Hay en mi sentir, afirmaciones tan verdaderas y tan consoladoras en el discurso de doña Emilia, que nos complacemos en notarlas aquí, lisonjeados y engreídos de coincidir en todo con ellas. Lo primero que aplaudimos es algo a modo de amnistía que doña Emilia concede. O no puede saberse, o no debe declararse, aunque se sepa, quiénes han sido la causa de nuestras recientes desventuras.

Nosotros, merced á lo que hoy se llama ignorancia, teníamos las afecciones más limitadas, y con la sensibilidad casi virgen, nos preocupaba el suceso más común en la vida de ustedes; nuestras ilusiones eran pequeñas, es cierto, pero fuertes, y, sobre todo, consoladoras.

No acierto á decidir si el público candoroso, los jóvenes sin malicia y las señoritas inocentes, que asisten á la representación de estos dramas, se dejan ó no influir por las doctrinas perversas que los han inspirado, ó si sólo ven en ellos un brillante juego de la fantasía ó bien una leyenda en acción, llena de piedad y de creencias consoladoras.

Y continuaba animándola con todas las palabras consoladoras que podía encontrar. Ella me escuchaba sin decir palabra a veces me aprobaba con un movimiento de la cabeza y una sonrisa que expresaba tristeza y cansancio indecibles, vagaba por sus labios.

Supo acompañarla de algunas reflexiones consoladoras y elocuentes, sirviéndole siempre de tema la fraternidad humana y la caridad, y se alejó del presbiterio, dejando conmovidos a sus oyentes. El pueblo salió de la iglesia, y un gran número de personas se dirigió a la casa del alcalde. Yo me dirigí también allá con el cura.

Doña Casta está furiosa, y mi tía, no puedes figurarte lo alborotada que está contra ti. Sobre este suceso de hoy se me ocurre a una cosa que te quiero comunicar». Dímelo, dímelo prontito indicó ella, que sin saber por qué, esperaba de aquel hombre, a quien tenía en tan poco ideas extrañas y quizás consoladoras.

Con esta fe, y con las otras dos consoladoras y divinas virtudes que de ella nacen, doña Inés iluminaba el mundo, hermoseándolo con celestiales resplandores.

Yo oigo decir... yo leo... yo observo... por todas partes, todos los días, que las ideas consoladoras se disgregan, se pierden, huyen de las Universidades y las Academias, desertan de los libros y de los periódicos, se refugian ¡único refugio! en las almas de los labriegos y de las mujeres sencillas... ¡Ah, qué tristeza, querido Azorín, qué tristeza tan honda!... Yo siento cómo desaparece de una sociedad nueva todo lo que yo más amo, todo lo que ha sido mi vida, mis ilusiones, mi fe, mis esperanzas... Y no puedo creer que aquí remate todo, que la substancia sea única, que la causa primera sea inminente... Y, sin embargo, todo lo dice ya en el mundo... por todas partes, a pesar de todo, contra todo, estas ideas se van infiltrando..., estas ideas inspiran el arte, impulsan las ciencias, rigen los Estados, informan los tratos y contratos de los hombres...

Por lo demás, la compasión hacia los negros esclavos acaso se pudiese probar que ha sido más tardía que en nuestra raza en la raza anglo-sajona, que bastante tiempo ha sido negrera, y donde aún, en el presente siglo, se inventan teorías tan filantrópicas y consoladoras, como la de Malthus y la del Struggle for life.