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Actualizado: 20 de julio de 2025
Era un sacerdote, un hijo de Ignacio de Loyola, el que había pronunciado tan consoladoras palabras. El conde de Chinchón se inclinó ante el jesuíta. Este continuó: Quiero ver a la virreina, tenga vuecencia fe, y Dios hará el resto. El virrey condujo al sacerdote al lecho de la moribunda.
Gracián procuró animar con palabras consoladoras a Nazaria, exhortándola a desechar su infundado temor, y después de reiterar a Tablas la súplica que le hizo poco antes, salió de la casa escoltado por las moscas.
Encontré por fortuna un pequeño crucifijo de plata, tal como ella deseaba, y desde este momento, hasta el de su muerte, lo tuvo entre sus manos, besándolo a cada paso y elevando sus ojos al cielo; antes de tomar alguna medicina hacía la señal de la cruz y a cada instante me pedía que rogara por ella; yo decía cuantas frases piadosas Dios me inspiraba, leyendo las oraciones que me parecían más consoladoras.
Pero en la medianía, en la vulgaridad de la vida corriente, cuánto más angustioso y más penoso es ese momento de interrogación sin la más pequeña aureola de consoladoras quimeras...
Lo que sí hace detener las miradas de todo viajero que ha nutrido su alma con las consoladoras máximas del cristianismo, es el conjunto de reliquias, ricamente conservadas en admirables urnas, pertenecientes, según dicen, al fundador mismo de esa noble religion.
Dimmesdale la tomó á su cargo, el principal consuelo terrenal de la buena señora consistía en ver á su pastor espiritual, ya de propósito deliberado, ya por casualidad, y sentir confortada el alma con una palabra que respirase las verdades consoladoras del Evangelio, y que saliendo de aquellos labios reverenciados, penetrase en su pobre pero atento oído.
Elena respondió con voz temblorosa: Pues le diría a usted cosas consoladoras y palabras dulces y buenas. ¡Palabras!... ¿De qué sirven las palabras y las frases?... Lo que yo necesito es que me curen... y el cura no puede hacerlo... El cura no es Dios... No es Dios, pero se dirige a
Cabía temer que también pasaran estas ráfagas consoladoras, como había pasado el huracán de antes, y yo lo temí seriamente; pero iban corriendo los días, y lejos de pasar con ellos, cada vez se dejaban sentir más halagüeñas y me traían nuevas fragancias.
El enfermo, de tarde en tarde, abría los ojos para mirarla sin encono y sin perfidia, como nunca la había mirado; y desde aquel día Carmen le cuidaba dulcemente, y le hablaba algunas breves frases consoladoras.
Y Azorín escucha a través de su letargo este concierto de centenarias melodías, este concierto de melodías tan dulces, tan voluptuosas, que traen a su espíritu consoladoras olvidanzas. Entonces, cuando una débil claridad penetra por las rendijas de la ventana, se oye sobre la canal de latón, que pasa sobre ella, un traqueteo sonoro, ruido de saltos, carreras precipitadas, idas y venidas afanosas.
Palabra del Dia
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