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Los salvajes le acogieron con exclamaciones de afecto y burla. ¡Bravo, bravo! Aquí está el reo en capilla. Mirad qué cara trae. ¡Como que está al borde de la tumba! El recién llegado sonrió vagamente y tendió una mirada escrutadora por el salón. Alvaro Luna, conde de Soto, era hombre de treinta y ocho a cuarenta años, delgado, de mediana estatura, ojos vivos y duros y rostro bilioso.

UNA JOVEN. ¡Virgen santa! ¿Usted lo ha visto, quizá? ¡qué dicha! semejante suerte no se ha hecho para gentes como nosotros; durante los tres días que el reo ha pasado en capilla, los buenos puestos delante de la reja no eran más que para las grandes damas. Yo soy, pues, una gran dama, porque yo le he visto como veo la bacía de ese barbero de piernas de garza ¡y por mi patrona!...

Ya fuese fatigados y oprimidos de las extorsiones y violencias que toleraban, ó insultados y conmovidos con un espíritu de sedicion que sembró el reo Tomas Catari, con el especioso pretesto de haber conseguido rebaja de tributos, se alzaron con tan furioso impetu, que en breve espacio de tiempo el incendio abrasó todas las provincias.

Bolen era hombre de carácter firme, y así, como quiera que desde que cayó en las garras de los del Santo Oficio no pudo hacerse muchas ilusiones de su porvenir, se propuso dar muestras de su entereza, y ni las amenazas, ni los sermones, ni el tormento hicieron en él efecto alguno, afirmándose con jactancia reo en las herejías de que se le acusaba, por lo cual fué condenado á ser quemado vivo en el prado de San Sebastián.

El contraste de los dos deberes que pesaban sobre su conciencia, el de vengar a la muerta, insistiendo en la acusación, y el de respetar su memoria callándose, debía haberse borrado al anunciarse la confesión de la reo; pero lejos de eso, en aquel mismo punto se agravaba.

LOPE. Vuestras órdenes, Señor, se han cumplido; el reo espera su sentencia. NU

Más tarde los mozos del verdugo vinieron con el tajo y las dos negras almohadas para el reo. La llovizna caía por momentos, fina, glacial. El tráfago de todos los días comenzaba; pero los vecinos iban y venían más graves que de costumbre, coceando la nieve de la víspera.

UN HOMBRE. Decid, comadres, ¿veis al gitano? PEPA. ¡Ah! será el hijo de alguna víctima del reo... Pero, ya está aquí... ¡Qué alegría, Virgen santa! Desde el día de mi primera comunión, nunca había estado tan contenta... MUCHAS VOCES. ¡Muera! ¡perro maldito! ¡muera el gitano! UN HOMBRE. Doy veinte escudos por reemplazar al verdugo. OTRO. Yo cuarenta, pero quiero degollarle, que se vea su sangre.

El hombre de la capa, que no se había separado de , dijo en tono satisfecho: Vamos... está pálido, pero bastante sereno... No se puede pedir más a un hombre... porque, ya ve V., caballero, ¿a quién le gusta que le aprieten el gañote?... El reo y el cura entraron en el carruaje.

Esto consistía en que el duque acababa de llegar á la ligera desde Madrid al Escorial, cuando se tropezó en la galería obscura con la duquesa, y después de su crimen, para no dar sospechas, se había vuelto á Madrid sin ver al rey. De modo que la duquesa no podía sospechar siquiera que el duque de Osuna hubiese sido el reo de aquella enormidad.