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Actualizado: 5 de junio de 2025


Durante unos instantes estuvo su vida en peligro. Uno o dos hombres se levantaron en el acto, varias manos buscaron armas ocultas, y sólo la intervención del juez pudo dominar la propuesta de «echar a aquel insolente por el balcón». El reo se reía, y su socio, al parecer ignorante de la sobreexcitación que causaba, aprovechó la oportunidad para enjugarse otra vez la cara con el pañuelo de bolsillo.

Señor, en nombre del Cielo, piense que el desgraciado espera la muerte... LA MULTITUD. ¡Viva el alcalde! ¡viva el rey absoluto! EL ALCALDE. Ya has oído, obra. EL GITANO. ¡Por fin! EL VERDUGO. ¡No, señor! EL ALCALDE. ¡Cómo! EL VERDUGO. Me han hecho venir de Córdoba para dar garrote al reo, pero no para cortarle la mano.

Obedecí a mi compañero, como si lo tuviese por obligación, y nos colocamos otra vez en las primeras filas. El carruaje de la Justicia caminaba a unos veinte pasos de nosotros. La muchedumbre hormigueaba en torno del piquete y de los guardias, esforzándose para ver al reo.

Quando fallaba de un asunto, la ley, no él, era quien fallaba; pero quando esta era muy severa, la suavízaba; y quando faltaba ley, la hacia su equidad tal, que se hubiera podido atribuir á Zoroastro. El fué quien dexó vinculado en las naciones el gran principio de que vale mas libertar un reo, que condenar un inocente.

Y , belitre, continuó dirigiéndose al reo, ¿qué gracia es esa que pides? Tengo en la bota del pie izquierdo un trocito de madera envuelto en lienzo. Perteneció un tiempo á la barca en que iba el bendito San Pablo cuando las olas lo arrojaron á la isla de Melita. Lo compré por tres doblas á un marinero que venía de Levante.

Se llevan libros que hacen constar escrupulosamente todos los hechos de la economía interior y las observaciones sobre la estadística y moralidad de los reclusos. Según esos documentos, si la conducta de un reo es irreprensible obtiene un tratamiento menos rigoroso y una rebaja de condena, que llega hasta la mitad. Esas rebajas son muy frecuentes.

Se me figura, dije yo, que va a salir el reo. ¡Ca! No, señor, no tenga V. cuidado; hasta las ocho menos cuarto en punto no hay quien los menee. Echan un cuarto de hora pa llegar al campo; pero ¡buen cuarto de hora te Dios! El campo no está aquí a la vuelta; y como van a paso de carreta... ¿Qué hora es, caballero? Hágame el favor de mirar el reló. Las ocho menos veinticinco.

Y Carmen sonreía con una mueca dolorosa. Setenta y dos tardes de angustias, como un reo de muerte en la capilla, deseando la llegada del telegrama al anochecer y temiéndola al mismo tiempo. Setenta y dos días de terror, de vagorosas supersticiones, pensando que una palabra olvidada en una oración podría influir en la suerte del ausente.

Se detuvo para darle tiempo de contestar, de decir algo; pero el Príncipe le miraba sin despegar los labios. ¿Parece, entonces, que la generosidad de que estaba usted animado en los primeros días, cede, por fin, y ya no le importa a usted tanto salvar a la reo? ¿Salvarla?... ¿Me engaño, entonces? ¿Finge usted asombro o ignorancia?... Ambos están de más. La amiga de usted ha confesado. ¿Qué?

Uno entre tantos, un hombre alto, seco y pálido, el corregidor de Sevilla, que se encontraba en Cádiz para seguir un proceso, se encarnizaba sobre todo con el desgraciado reo; a cada instante le decía: ¡El infame!... ¡Qué dicha para la sociedad que semejante monstruo sea castigado con arreglo a sus culpas!... Le vería estrangular con placer.

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