United States or Kiribati ? Vote for the TOP Country of the Week !


Desde entonces, siempre que había garrotes grandes, no careció de estuche en que encerrarse. Por eso decían en la casa: «Duerme como una alhaja».

Todo esto miraban de entre unas breñas Cardenio y el cura, y no sabían qué hacerse para juntarse con ellos; pero el cura, que era gran tracista, imaginó luego lo que harían para conseguir lo que deseaban; y fue que con unas tijeras que traía en un estuche quitó con mucha presteza la barba a Cardenio, y vistióle un capotillo pardo que él traía y diole un herreruelo negro, y él se quedó en calzas y en jubón; y quedó tan otro de lo que antes parecía Cardenio, que él mesmo no se conociera, aunque a un espejo se mirara.

Quitose la levita y arremangose la manga de la camisa; pero cuando vio abierto el estuche del cirujano, y brillaron ante sus aterrados ojos las hojas relumbrantes de treinta instrumentos de suplicio, palideció intensamente y se desplomó, desmayado, sobre una butaca. Algunas gotas de agua con vinagre le devolvieron el conocimiento, mas no la resolución.

Nada había en la tienda que demostrase riqueza. Las paredes blancas estaban desprovistas de muebles, y sólo se veía á un lado un fuerte armario de hierro. ¿Qué se les ofrece á vuesas mercedes? dijo el platero mirando con recelo á don Juan y á su guía, porque sus trajes no le inspiraban la mayor confianza. Se trata de que taséis esta alhaja dijo don Juan dándole el estuche.

Todo lo revisaba, lo examinaba por dentro y por fuera; hojeó las novelas, levantó de las botellas las cebollas de jacintos para ver las raíces, abrió el estuche de los tornillos de diamantes americanos, revolvió la caja y los sobres de papel timbrado; y como en el momento de estar sobando el papel echase de ver el tintero y la pluma, tomó esta y trazó sobre un plieguecillo, con no pocos esfuerzos, alargando el hocico y haciendo violentas contorsiones con el codo y la muñeca, estas palabras: Mariano Rufete, alias Pecado.

Con éstas y otras invenciones para ocultar sus haraposos vestidos, el vendedor de periódicos quedó tan guapo que no parecía el mismo. Mucho se vanaglorió de su persona cuando le pusieron ante el espejo de un estuche de costura para que se mirase. Estaba el chico deslumbrador. En seguida principió el baile.

Primeramente colocó en el centro de la entrada la mesita blanca de pino en que comía la familia, cubriéndola con una sábana y clavando los extremos con alfileres. Encima tendió una colcha de almidonadas randas, y puso sobre ella el pequeño ataúd traído de Valencia, una monada, que admiraban todas las vecinas: un estuche blanco galoneado de oro, mullido en su interior como una cuna.

El espíritu era digna joya de tal estuche: quebradizo, avinagrado y herrumbroso. Daba compasión contemplar aquel ser que parecía un castigo providencial de ciertas injusticias y flaquezas de sus padres. Más que un niño enfermizo, era un enano decrépito. Por razón de su miserable naturaleza, nada se le había enseñado; así es que, contando ya más de quince años, no sabía deletrear.

En aquel hermoso jardín donde la Naturaleza había acumulado todas sus maravillas, el sol no alumbraba nada más brillante que aquella mujer completamente nueva, por decirlo así, que salía de la enfermedad como una joya de su estuche. No sólo los colores de la juventud florecían en su rostro, sino que la salud metamorfoseaba cada día las formas de su cuerpo.

De la cómoda estilo Imperio en que dormían las reliquias del pasado, sacó un estuche con las iniciales G. R. que contenía una cruz minúscula que era una verdadera joya artística. Este fue el regalo de novio de mi pobre madre a mi querido papá, que acababa de ser condecorado. Era para un recuerdo doblemente precioso, y espero que será para ti un amuleto que te dará la felicidad.