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Tienen la vaguedad de un sueño aquellas figuras entrevistas a la luz del relámpago: Patriarcas haraposos, mujeres escuálidas, mozos lisiados hablan en las tinieblas, y sus voces, contrahechas por el viento, son de una oscuridad embrujada y grotesca, saliendo de aquel roquedo que finge ruinas de quimera, donde hubiese por carcelero un alado dragón. ¿A quién ladras, Carmelo? Alguien ronda.
En Cádiz no han abundado tanto como en otros lugares los mendigos haraposos y medio desnudos, esos escuadrones de gente llagada, sarnosa e inválida que aún hoy nos sale al encuentro en ciudades de Aragón y Castilla.
Os han enseñado un origen del mundo mezquino y rudimentario, el que imaginaron unos cuantos judíos haraposos e ignorantes en un rincón del Asia, y que, escrito en un libro, ha sido aceptado hasta nuestros días. Ese Dios personal, semejante a nosotros en su forma y sus pasiones, es un artesano de gigantesca talla que trabaja seis días y forma todo lo existente.
No bastaban la lluvia ni la nieve para que la oficina dejase de funcionar. Al romper el día llegaba el señor Manolo con sus ayudantes cargados de paquetes de periódicos. Tenía su especialidad, que era la venta de las afueras. Todos los vendedores, viejas, chicuelos y hombres haraposos, le rodeaban gritando, tendiendo sus manos para ser los primeros.
Pasaban cobradores del Banco con el taleguillo al hombro; carricoches con botellas de cerveza y gaseosa; carros fúnebres, en el cual era conducido al cementerio alguno a quien nada importaban ya los duros. En las tiendas entraban compradores que salían con paquetes. Mendigos haraposos importunaban a los señores.
Con éstas y otras invenciones para ocultar sus haraposos vestidos, el vendedor de periódicos quedó tan guapo que no parecía el mismo. Mucho se vanaglorió de su persona cuando le pusieron ante el espejo de un estuche de costura para que se mirase. Estaba el chico deslumbrador. En seguida principió el baile.
Palabra del Dia
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