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Decretó que en adelante los bailes campestres, respetando, enhorabuena, como motivo de ellos, las romerías, tendrían lugar, por las de San Juan, San Pedro y San Roque, en las huertas de la Atalaya, y por las de Santiago y los Mártires, en las de Miranda. Y así se hizo con gran éxito y por largo tiempo.

Por entre esta arboleda sobresalían las almenadas murallas de la ciudad, con sus robustos torreones, la pequeña iglesia de San Juan de Acre, á la sazón recientemente reedificada, el templo y monasterio de Santiago de los Caballeros, la elegantísima atalaya, que decimos todavía de Don Fadrique, enclavada en el jardín del convento de Santa Clara, y por último, á los lejos, la sombría mole del real monasterio de San Clemente.

Oculto en esta atalaya había visto cómo los tres jinetes se juntaban á gran distancia con otro que parecía aguardarles, y era indudablemente Manos Duras. Luego, los cuatro galopaban en la misma dirección, llevando uno de ellos á la prisionera sobre el delantero de su silla.

Si pretenden entrar aquí, se van a perder. ¿Quiere usted decirle a Larragoyen, el patrón, que prepare el bote de salvavidas? , hombre. Salí de la atalaya, crucé el Rompeolas. El mar saltaba por los malecones y llegaba hasta las mismas casas, haciendo un ruido de terremoto.

En lo que se llama la Atalaya, vigilan cuatro hombres de la dotación el desierto mar, al par que son los encargados de comunicar al pueblo la hora en que vive. La falta de máquinas supliendo la abundancia de brazos. El engranaje del reloj de Agaña lo constituye un complicadísimo servicio, y una vigilancia á prueba de segundos. Analicemos la máquina.

Demora 16 millas al O. 1/4 SO. de la punta Divata; se reconoce fácilmente por hallarse formada por un cerro cónico de bastante altura y poco arbolado y por el baluarte ó atalaya que tiene encima. La costa comprendida entre las puntas Divata y Sipaca está formada de playas de arena, alternadas con otras de manglares y de frontones de piedra, con restingos poco salientes.

Me refiero á Colon, atalaya inmensa de las modernas edades que no tiene rival. Es necesario hacer un viaje á América para llegar á comprender el heroismo de Colon; de otro modo no se entiende; y mas que el heroismo de Colon, el de nuestros valientes compatriotas que componian la tripulacion de sus tres pequeñas embarcaciones.

Silvestre Paradox no es ya paje, ni escudero, ni soldado que va a guerrear y a garbear a Italia, Flandes y América, ni queda cautivo en Argel, ni acaba como penitente ermitaño en un yermo; pero lucha por la vida como se estila ahora, y acomete atrevidas empresas y busca aventuras, y nos presenta desde su nueva atalaya de la vida humana larga serie de cuadros en los cuales no deja de haber realidad y verdad, aunque ennegrecidos a veces por la sátira y grotescamente exagerados por la caricatura.

En un momento de silencio, D. Juan Casanova, que tenía la cabeza inclinada hacia un lado, sin duda por el excesivo peso del cerebro, la descargó algún tanto, diciendo con su acostumbrada solemnidad: Eloisa, hoy he hallado a su hermano Álvaro en el paseo de la Atalaya. Llevaba un pantalón de cuadros. D.ª Eloisa suspiró, como siempre que se tocaba el punto de su hermano.

El viento soplaba furioso; las olas, como montes, subían por las rocas, llegaban hasta las casas, arrancaban puertas, arrastraban todo cuanto encontraban. Llegaban ritmicamente, entraban por las ventanas de la atalaya, nos llenaban de agua al viejo atalayero y a , y salían por la escalera de piedra con un ruido de catarata.