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Dista de Manila 676'50 millas; de Pollok, por tierra, 20 kilómetros y 4'61 de Tamontaca. Los únicos pueblos cristianos del distrito son: Pollok, donde está situada una estación naval y un destacamento del Ejército. En Pollok hay un grandioso parque con magníficos jardines que recuerdan la importancia que llegó á tomar cuando era capital del distrito.

No dejó Salazar sin recuerdo las oraciones de los pajes que todavía hoy recuerdan las trompetas al tomar y dejar las camas los marineros, expresando que al alba cantaban Bendita sea la luz y la santa veracruz, y el señor de la verdad y la Santa Trinidad: Bendita sea el alma Y el Señor que nos lo manda; Bendito sea el día Y el Señor que nos le envía. Pater noster. Ave María. Amén.

Esta es una de esas composiciones de un trágico sublime, de pensamientos que recuerdan á Shakespeare, y que muestran á este gran poeta á la vez como historiador, como moralista, y casi me atrevo á decir como á hombre de Estado, como si, al llegar á cierta altura, se aproximasen todas las grandes facultades del espíritu y se confundieran unas con otras

Asaltan los barcos que se pierden en aquellos bajíos y escolleras y devoran a sus tripulantes. Aún se recuerdan los casos de los barcos Chesterfield y Hormnzier, ocurridos en 1793. Todas o casi todas aquellas islas son pequeñas, pero están muy pobladas. Forman el archipiélago llamado del Príncipe de Gales, cuya isla mayor es la de Murray.

Los que han llegado a saborear otros rasgos de Pereda, todavía de más singular y exquisita literatura, de emoción trágica e intensa, de cruda expresión y ardiente colorido; los que recuerdan, quizá con lágrimas, La Leva, El fin de una raza y las mejores escenas de Sotileza, aquí hallarán la misma grandeza y el mismo brío; la misma arrogancia, casi épica, con que el autor realza y ennoblece las catástrofes vulgares y los más desdeñados esfuerzos del trabajo humano, dando nobilísimos ejemplos de una poesía verdaderamente cristiana y verdaderamente moderna.

El militar paseo tenía por música, además del estruendo de las latas, el reír inmenso de la bandada, el pío pío mezclado de voces prematuramente roncas, y salpicado de esos dicharachos que, al ser escupidos de la boca de un niño nos recuerdan al feo abejón cuando sale zumbando del cáliz de la azucena.

Todas las noches algunas campanadas les recuerdan los pasados terrores y les advierten la suerte que quizá les cabrá durante la noche. Muchas rocas desplomadas que se ven en medio de los campos tienen leyendas terribles; otras hay cuya presa se les escapó. Uno de esos enormes peñascos, inclinado, y con la base arraigada por todas partes en el suelo, se yergue junto al camino.

Por la noche, cuando pasa al lado del sitio en que los tragó la enorme masa, parécele que la montaña, de la cual se desprendió el alud, le mira de mala manera, y entonces apresura el paso para huir del lugar siniestro. También algunas veces los restos del derrumbamiento le recuerdan la inesperada salvación de un compañero.

Seguramente los que aplaudieron las magnificencias de pensamiento y de forma que resplandecen en «Rosas de otoño», «La princesa Bebé», y «La noche del sábado», no recuerdan ese dramita que representado dura media hora apenas, y es, no obstante su brevedad, una de sus creaciones más afortunadas y memorables del extraordinario dramaturgo. «La casa de la dicha» tiene una simplicidad ibseniana.

En todas las fechas que recuerdan algo dichoso para la familia, se hacen recíprocamente sus regalitos, y para colmo de felicidad, ambos disfrutan de una salud espléndida. El deseo final del señor de Santa Cruz es que ambos se mueran juntos, el mismo día y a la misma hora, en el mismo lecho nupcial en que han dormido toda su vida.